c a p í t u l o d i e c i s é i s

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Capítulo 16

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Capítulo 16. El café Avenue

Dos días más tarde, agotada entre funciones, ensayos y clases, la Faure-Dumont se levantó por ahí de las siete de la mañana, dejó una nota en el amplio comedor de la casa del lago—de la que ya se le permitía salir cada que le placiera con la única condición de volver pasadas no más de tres horas—y se marchó. Ahora la puerta de su habitación permanecía siempre abierta, pues el nuevo trato con Erik era el de darle más libertad. Más confianza. Por lo que no tuvo problema alguno para retirarse.

Salió de la Ópera Popular con una cálida capa de color azul cubriéndole el rostro y hasta la última punta del cabello rizado. Si la veían salir a aquella hora, sabrían que había pasado la noche ahí y los rumores del fantasma regresarían. No necesitaba de más personas volviendo a llamarla desgraciada después de que la Giry cambiara el cuento de que había sido raptada, a la historia sobre la tumba de su madre, esa que le había dicho el día de su debut. Gracias a eso, la hija del director dimisionario había pasado de ser la prometida del fantasma de la Ópera, a sólo una de tantas que habían perdido a un pariente. Se había vuelto ligeramente invisible una vez más. Al menos entre los artistas, que distrayéndose en sus propios talentos, se olvidaban de los de ella. Mas los periódicos parecían estar enamorados de la joven; las críticas la mencionaban más de una vez y en más de un artículo de cada periódico, aclamándola como el renacimiento de la música operística. Nadie mencionaba sus elegantes habilidades en la escritura, o su carencia de destreza al actuar.

Pronto, se alejó tanto como pudo y se subió a un carruaje, dando un par de indicaciones antes de que éste comenzara a avanzar con el galope de los caballos. El café Avenue estaba lo suficientemente retirado como para tardar más de tres horas entre ir y volver, si se marchaba a pie. Quién sabía lo que ocurriría si desobedecía la única condición de una vida más tranquila y libre.

Pasadas las diez de la mañana, la Faure-Dumont se encontraba todavía sentada, con una taza de té frío frente a ella y la mirada clavada en el reloj a unos pasos de donde esperaba. El lugar era bastante pequeño y discreto, con sólo dos ventanas permitiendo apenas un poco de luz hacia adentro. Las paredes eran rojizas, lo que conseguía que el interior fuese más oscuro, reservado. Cada una de las únicas cuatro mesas, redondas y blancas, tenía un jarrón de florecitas amarillas y unas cuatro o cinco o seis sillas de madera a su alrededor. No había más gente que ella, un hombre de prendas elegantes y rostro cubierto, y una viejecita amargada—la dueña del lugar, probablemente—sentada junto a unas repisas de madera que tenían pasteles y galletas, además de envases con leche, queso, azúcar, etcétera.

Dentro de su cabeza repitió de nuevo lo que la Daaé había dicho antes de desaparecer: Encuéntreme el sábado a las ocho y media de la mañana en el café Avenue. Hablaremos entonces. Estaba segura. Eso era lo que había dicho. Café Avenue. Sábado. Ocho y media de la mañana. ¿Se habría olvidado? ¿Habría estado jugando con ella por algún motivo?

Le quedaba poco tiempo. El carruaje, por lo general, requería de unos treinta minutos para llegar hasta la Ópera Popular, y considerando que había salido al rededor de las siete cuarenta y cinco, tenía ya que ponerse en su camino si quería llegar a tiempo. Por ello, se puso de pie, sacó una moneda de su bolsillo y la puso sobre la mesa. Al parecer, Christine Daaé no tenía planeado aparecer.

Anya | El Fantasma de la ÓperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora