Capítulo 7. La guarida del fantasma
Soltó una risa forzada en cuanto su padre la abrazó, diciendo que no la perdería de vista en los siguientes veinte años de su vida. No se atrevió a decirle en dónde había estado o porqué, pero le dijo que no estaba herida, y que quería comenzar a trabajar como cantante en la Ópera Popular—lo que al hombre le sorprendió al grado de mencionar que su madre hubiera sido la mujer más feliz de haber escuchado esa petición. Explicarle que tenía que irse de nuevo y no sabía cuándo podría volver, sin embargo, fue lo más difícil de todo, pues vio cómo la felicidad se esfumó de su rostro y se transformó en algo negro y doloroso.
—¿Qué ocurrió contigo, Anya? —Le dijo Gerard dulcemente, y a la joven se le quebró el corazón ante la vista de su papá cansado, con rastros de lágrimas secas en todo su rostro y las ojeras más oscuras que nunca.
—Quisiera poder explicarlo —respondió ella, abrazándolo de nuevo—, pero no puedo. No tengo mucho más tiempo.
—¿A qué te refieres?
—Tengo que volver antes de que algo terrible suceda y nos perdamos el uno del otro por siempre. —Le fue imposible el no llorar. Había pasado los últimos tres días ansiando ver a su querido padre, y ahora que estaba con él, tenía que irse en contra de sus deseos. Debía volver con un hombre que la había tomado como reemplazo de una mujer perdida.
—Anya, dime qué ocurrió. Déjame ayudarte.
—No puedo —contestó mientras lloriqueaba como una niña pequeña—. Pero voy a volver. No te preocupes por mí, papá, porque haré lo que sea necesario para estar contigo pronto.
—Hija, por favor, no te vayas de nuevo. No sabes lo terribles que han sido estos días sin ti.
—Claro que lo sé, padre, porque yo también los viví sin ti —murmuró entre sollozos—, y no existió nada peor.
Estaba destrozada y quería acurrucarse en los brazos de su padre, pedirle que le leyera un libro como solía hacer cuando era más joven, quedarse dormida a su lado, y despertar ante el sonido de sus ronquidos interminables; pero él la estaría esperando en su camerino desde las ocho de la noche, y el reloj ya marcaba las siete con cuarenta y nueve minutos. No podía retrasarse, porque de otro modo quedaría enterrada en las cloacas con un monstruo egoísta y obsesivo al que había conocido por rechazar la advertencia de quien había considerado lunático; entonces Anya dio un paso hacia atrás, alejándose de su padre, le dio un beso en la frente y apresuró el paso hacia afuera de la casa, en camino a la Ópera Popular.
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Anya | El Fantasma de la Ópera
FanficPAUSADA Algunos lo llamaban fantasma. Otros lo llamaban bestia. Ella lo llamaba Erik. «El fantasma de la ópera existió. No fue, como se creyó durante mucho tiempo, una inspiración de artistas, una superstición de directores, la grotesca creación de...