Capítulo 2: ¿Señorita Daaé?
Esa misma noche, la velada para recibir en la Ópera popular al joven Monsieur Gustave Fiquet, se dio casi de maravilla.
El castaño, tan apuesto, ansioso y entusiasmado como esa tarde, buscaba entre los invitados a la belleza de los rizos enmarañados, y tras varios minutos se sorprendió de verla completamente distinta de como la había conocido antes. Ahora Anya, con un exquisito vestido de baile de color púrpura, traía el cabello bien cepillado y acomodado, los labios hidratados y la vestimenta bien limpia, pero no podía cambiar las vistosas ojeras, los dedos llenos de pequeñas magulladuras, y las uñas medio mordisqueadas.
—¿Monsieur? ¿Meestá escuchando? —preguntó la joven Jammie, que llevaba parloteando desde el principio de la velada sin señales de ponerle un fin.
—Sí, claro que sí, Jammie —replicó Gustave—, pero tengo un poco de sed; iré por una copa de champán y volveré, ¿gusta que le traiga una?
—Lo agradecería —dijo ella y sonrió mientras se colocaba un mechón de cabello rizado detrás de la oreja.
Miles de pensamientos atravesaron la cabeza del muchacho mientras se alejaba, pero principalmente aquel en que agradecía unos momentos sin todo el chateo sinsentido de la soprano que parecía acosarlo desde su llegada.
Gustave miró a su alrededor. De repente, entre el tumulto de gente que se encontraba en la sala, la joven Anya había desaparecido de su vista. El tenor forzó sonrisas a aquellos que le daban la bienvenida, se abrió paso entre los que lo ignoraban, elevó la mirada sobre las cabezas de los que le estorbaban. La señorita escritora se había esfumado por completo. ¿Acaso la había alucinando momentos antes? ¿O sería que la había confundido con alguna otra muchacha parecida? No. Estaba seguro de haber visto, entre todas las mujeres bellas de aquel lugar, a la única que podría sobresalir del resto, y esa era Anya Faure-Dumont.
El muchacho continuó su búsqueda por varios minutos más, considerando la rendición como una posibilidad. Salió de la sala de baile, se dirigió a algunos de los corredores en los que habían parejas besuqueándose y bailarinas ebrias tiradas en el piso. Divisó a Meg Giry, con quien había hablado antes, pero la chiquilla, con una botella de ron a su costado, estaba completamente fuera de sus cabales, al igual que la media docena de señoritas del cuerpo de ballet que la acompañaban.
De pronto volvió al salón. La joven de cabellos de oro se había ido tan velozmente como había aparecido, y lo más sensato sería volver con la Paulette (que había insistido en ir como su pareja al baile y que en ese momento se encontraba esperando por él en un rincón apartado de la fiesta).
—Está mal mentirle a su acompañante acerca de sus actos e intensiones —llamó una voz detrás de él.
De pronto, el nuevo tenor dibujó en su rostro una sonrisa atrevida.
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Anya | El Fantasma de la Ópera
Fiksi PenggemarPAUSADA Algunos lo llamaban fantasma. Otros lo llamaban bestia. Ella lo llamaba Erik. «El fantasma de la ópera existió. No fue, como se creyó durante mucho tiempo, una inspiración de artistas, una superstición de directores, la grotesca creación de...