Capítulo 5: El destino de la Faure-Dumont
Frustrado y decaído después de horas de recorrer la Ópera de arriba a abajo, de esquina a esquina, de camerino en camerino; Monsieur Faure-Dumont se encaminó a su oficina para abrigarse y abordar su carruaje, dispuesto a buscar por el resto de la noche, de la semana y del año, de ser necesario. Se quiso regalar dos minutos para sentarse en la silla frente a su escritorio y cerrar los ojos, pero la tortura continuaba en cuando veía la figura de su hija en la oscuridad que le proporcionaban sus párpados. Los abrió nuevamente. Dejó escapar un suspiro. En ese momento, exaltado y confundido, Monsieur Faure-Dumont dejó correr su mano hasta el reguero de papeles en el escritorio. Pescó, sin pensarlo, una carta de singularidad peculiar; tenía un sobre amarillento un tanto viejo y un sello que parecía reutilizado. Por dentro, una carta blanca y de letra desconocida le aguardaba, y, tras escanearla con la mirada velozmente y captar el nombre de Anya Faure-Dumont más de un par de veces, el director dimisionario leyó para sí mismo:
Estimado dueño de la Ópera Popular de París:
Es con gran seriedad e inquietud que le escribo esta carta el día de hoy, pues, mientras me paseaba por la Ópera (como seguro ya sabrá, me es costumbre), me he topado con la joven Anya Faure-Dumont instalándose cómodamente en el viejo camerino de la Daaé.
Usted habrá ya escuchado los rumores que rondan en las bocas de los artistas acerca del lugar. Estoy seguro, sin embargo, de que los considerará sólo eso: rumores. Y el propósito de esta carta, además, claro está, de darle a conocer el destino de Anya Faure-Dumont tras su misteriosa desaparición el día de hoy por la tarde, es aclarar que, los rumores son tan ciertos, que deberá asegurarse de mantener a su hija lejos de aquella habitación, que lleva años abandonada y con gran razón.
Me gustaría comenzar entonces, declarando que el fantasma de la Ópera sí existe. Le aseguro pues, que yo mismo le he visto, y que he sido, incluso, víctima de sus torturas tan terribles para cualquier persona, incluyéndome a mí, el único al que él podría llamar «amigo». Déjeme desmentir lo que todos creen (y que es mejor sigan creyendo), ya que el fantasma de la Ópera en realidad no es ningún fantasma, sino un hombre de carne y hueso, pero también es, posiblemente, el hombre más peligroso e inteligente que habite en toda Francia. Es un hombre de palabra, un ángel musical, un genio en totalidad; es enamoradizo como nadie, y tan apasionado que impresiona y aterra. Él fue, como bien ha escuchado, el raptor de Christine Daaé, el asesino de Philippe-Georges-Marie de Chagny, Joseph Buquet (entre otros), y el encargado de torturarme a mí, al vizconde de Chagny y a muchos más; sin mencionar todas las otras terribles cosas de las que también es culpable.
Esta tarde, antes de comenzar su tan ansiado ensayo, me he encontrado con la sorpresa de que, a pesar de las advertencias que ya le había dado la noche previa a los eventos, Anya Faure-Dumont había tomado posesión del camerino solitario. Por fortuna el fantasma (cuyo nombre no puedo mencionar por su propio bienestar y el de su hija), que vive muy cerca de ahí en su casa del lago, no se ha percatado de la intermisión de la joven en el lugar, y lo mejor que podemos hacer nosotros, siendo tan tontos e ilusos comparados con él, es esperar que no lo haga. Por ello, es de suma importancia que lo ocurrido el día de hoy no tenga una segunda ni mucho menos tercera vez.
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Anya | El Fantasma de la Ópera
Hayran KurguPAUSADA Algunos lo llamaban fantasma. Otros lo llamaban bestia. Ella lo llamaba Erik. «El fantasma de la ópera existió. No fue, como se creyó durante mucho tiempo, una inspiración de artistas, una superstición de directores, la grotesca creación de...