LIII

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La segunda semana, Sara accedió a ayudarme sin pensárselo dos veces y sin ni siquiera conocer la situación. Era un favor sencillo, un plan sin gran misterio.

Al final de la clase, ella fue la primera en recoger y se apresuró a acercarse a Blanca mientras ésta, con su últimamente característica prisa, estaba ya cerrando su maletín. Me limité a mirarlas de reojo mientras me demoraba en recoger mis cosas. Ellas hablaban y el resto de alumnos iba abandonando la sala con parsimonia. Me daba la sensación de que todos se movían más despacio que de costumbre, todos menos Blanca, quien no perdió tiempo en ponerse el abrigo mientras le decía a Sara cosas que yo no alcanzaba a escuchar. Una vez se abrochó el abrigo y cogió el maletín, temí que mi amiga no pudiera alargar la conversación lo suficiente, pero le di un voto de confianza y, después del último alumno, salí de la clase.

Me detuve en la pared de fuera aguzando el oído.

– Perfecto –escuché decir alegremente a Sara–. Gracias, profe.

– ¿Pero has entendido lo que...?

– Sí, profe. ¡Adiós, profe!

Se me escapó una media sonrisa y aguardé a que los pasos apresurados de Sara llegasen a la puerta. Enseguida sus botas salieron seguidas de su cuerpo y, al pasar por mi lado, me guiñó un ojo, yo le agradecí con una sonrisa, y ella siguió su camino.

Entonces me acerqué a la puerta y, aunque lo había pensado todo, me sorprendió de todas formas encontrarme con Blanca frente a frente. Su cuerpo reaccionó con un pequeño sobresalto al verme, supongo que daba por hecho que todos se habían ido. Me detuve en medio de la puerta, franqueándole el paso, y a ella no le quedó más remedio que pararse para no chocar conmigo. Inmediatamente bajó la mirada, como si esperase que yo me apartara a un lado.

– ¿Vas a seguir ignorándome? –pregunté sin rodeos.

Se me hacía raro hablarle por fin.

Blanca me miró a los ojos pero al instante se arrepintió y carraspeó, como el empresario que se cree demasiado ocupado para perder el tiempo con un empleado. Eso me hizo sentir más molesta.

– ¿Por cuánto tiempo más piensas seguir fingiendo que no me conoces? Es por ir haciéndome a la idea.

Los hombros de Blanca se tensaron y sus dedos apretaron el maletín.

– ¿Me dejas pasar, por favor? –logró decir al fin.

– ¿Lo siguiente será tratarme de usted? –dije cruzándome de brazos.

Cambié el peso de mi cuerpo de una pierna a la otra y eso pareció darle el impulso para intentar escabullirse por uno de mis lados, pero mis reflejos estuvieron rápidos y se lo impedí estirando el brazo y apoyándolo en el quicio de la puerta. Ella dio un paso hacia atrás instintivamente, con la mirada clavada en el brazo que acababa de interponerse entre ella y la salida.

– ¿Puedes, por favor, dejarme salir? –repitió remarcando el por favor.

Sentí que la sangre se me calentaba dentro de las venas, necesitaba que al menos me mirase a la cara.

– No –contesté.

Retiré el brazo y cerré la puerta detrás de mí. Blanca suspiró con fuerza mientras desviaba la vista a un lado y retrocedía un par de pasos. Apoyé la espalda en la puerta cerrada y la miré en silencio unos segundos. Ella no tenía ninguna intención de corresponder a mi mirada.

– ¿Por qué haces esto? –dije.

Ella tardó en contestar.

– ¿Por qué haces esto tú?

El arte en una miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora