Una vez hemos bajado del autocar y los alumnos se dedican a coger sus cosas, reviso mi teléfono y descubro que tengo un mensaje de mi madre.
«Buenos días Jul (mi madre acostumbra a llamarme Jul, pronunciado Yul, cuando quiere ser amable conmigo), espero que esté yendo todo bien. No estaremos mañana para cuando llegues, vamos a pasar el día con los amigos de tu padre, que han tenido un bebé, una ricura por cierto. No hay casi nada en la nevera así que te dejamos dinero en la mesita. Un beso.»
Mi madre acostumbra también a dar explicaciones de más. Guardo el teléfono y echo un vistazo a la situación; los chicos siguen prácticamente igual que antes. Me pregunto si son siempre tan lentos o es que no les ha dado tiempo a despertarse aún. Me acerco a la pared del instituto y apoyo en ella la espalda, disponiéndome a contestar a mi madre.
– Chicos, espabilad, que este hombre no tiene todo el día –apremia Elena dedicándole al conductor una sonrisa de disculpa.
Poco después todos tienen sus mochilas y comienzan a dispersarse en grupitos.
– Bueno, chicos, un placer haber estado estos días con vosotros –dice Elena a modo de despedida–. Espero que hayáis disfrutado.
La respuesta es un conjunto de voces y palabras de asentimiento mezcladas pero Blanca no podía dejar que se fueran sin más.
– Que paséis una buena tarde, y recordad que mañana es el último día para entregar el trabajo así que espero que lo traiga todo el mundo, a menos que quiera ganarse un simpático cero.
Un murmullo de disgusto se extendió entre los estudiantes y uno de ellos se atrevió a contestar.
– ¿Tienes los exámenes corregidos, profe?
Miro a Blanca.
– Claro que los tengo.
No los tiene.
– ¿Vas a dar la nota mañana? –añade otro.
– Ya veremos. Hasta mañana –zanja el tema y se acerca a Elena, lo que sirve de pistoletazo para que los alumnos no pierdan más tiempo en irse.
Una de las alumnas se acerca a Blanca y, desde mi posición, no escucho lo que hablan pero parece ser sobre el nombrado trabajo. Elena le dice algo a Blanca, a lo que ella asiente, y se dirige a las puertas del instituto. Al verme allí me sonríe.
– Espero que te haya gustado.
– Sí. Todo era muy interesante –respondo por cortesía (de hecho puedo recordar cosas bastante interesantes, aunque no creo que decírselas a Elena sea la mejor opción).
Ella asiente y desaparece al otro lado de las puertas. Unos segundos después Blanca llega a mi altura. Veo a la niña reunirse con sus amigas y marcharse.
– Te vas, supongo –dice parándose a mi lado.
– Mi madre cree que llego mañana.
No sé a qué pretendía responder con eso. Blanca arruga la frente.
– ¿Mañana?
Me encojo de hombros.
– No sé si se lo dije mal o lo entendió mal, pero me inclino más por lo segundo.
Ella muestra una sonrisa y piensa unos segundos.
– Tengo que arreglar un par de cosas, ¿quieres esperarme?
– Claro.
– No tardo nada –dice mientras camina hacia la puerta.
Vuelvo a decansar la espalda en la pared y los recuerdos se me agolpan en la mente. No puedo evitar rememorar la reciente escena del autocar y una sonrisa estúpida me planea en los labios. Unos segundos después se desvanece. El recuerdo que prevalece sobre los demás es el menos agradable de todos.
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El arte en una mirada
RomanceEra profesora de arte, y en efecto me parecía que sus pestañas enmarcaban el mejor cuadro de todos.