Nada más encerrarme en la habitación salto a la cama, arrodillándome sobre la almohada con la cabeza pegada a la pared. Escucho sus tacones moviéndose de un lado a otro del apartamento hasta que, según deduzco, se los quita. Minutos después, aguzo el oído y distingo el sonido de los muelles de su cama. Sonrío ante la estúpida idea de que estemos las dos tan cerca que podríamos tocarnos si no fuera por la pared que se interpone entre nosotras.
Una vez me he asegurado de que en el pasillo no se oye un solo ruido, acaricio la pared antes de dar dos toques con los nudillos. Dejo la palma abierta sobre ella, expectante. Después de unos segundos, escucho uno, dos toques de vuelta y sonrío. Como si me hubieran empujado desde abajo, salto de la cama y controlo mi emoción al llegar a la puerta, consiguiendo abrirla despacio y de la forma más silenciosa que puedo, tal y como la noche anterior.
Para cuando he llegado a su apartamento ella ya tiene la puerta abierta. La cierro al entrar dando un golpe más fuerte de lo que pretendía y me llevo las manos a la boca, sin poder reprimir la risa.
– ¿Tú también estás borracha?
Blanca está sentada en la cama, junto a un paquete de tabaco y un nuevo cenicero de papel, mirándome con cara de que mi cara le divierte.
– ¿Con "también" te refieres a ti? –pregunto acercándome a ella y sentándome con las piernas cruzadas a su lado.
– Me refiero a Elena. Yo tengo un poco más de aguante que vosotras, querida.
Intento dedicarle mi sonrisa más sarcástica pero entre su belleza y el tono que ha empleado la sonrisa me sale sola y verdadera. Coge un cigarrillo y me lanza el paquete que atrapo al vuelo. Mientras ella está encendiendo el suyo agarro uno con los labios y me acerco cuando me lo pide con un gesto. Libera el humo de entre sus labios lentamente y lo noto acariciar mi piel, observando descaradamente cada rasgo de su cara mientras está encendiéndome el cigarrillo. Mis ojos se niegan a abandonar su boca y una cálida tensión se crea entre nosotras hasta que tengo que separarme.
Blanca fuma en silencio mientras me mira, como estudiando cada detalle de mí, hasta que empiezo a sentir que sus ojos se me clavan como aguijones en el alma y una sensación rara se me agarra haciéndome desviar la mirada.
– ¿Qué me miras? –pregunto aprovechando que estoy expulsando el humo para mirar hacia otro lado.
Ella ni siquiera pestañea.
– ¿Vas a contarme qué te pasa? –pregunta en su lugar.
– ¿A qué te refieres?
Blanca sonríe de lado con una negación de cabeza.
– No vayas a hacerte la tonta conmigo, Julia. –Ante mi ausencia de respuesta prosigue–. Algo te pasa, has estado todo el día así.
– ¿Así cómo? –pregunto poniéndome a la defensiva sin querer.
– No me mires como si no supieras de lo que hablo, por favor.
Me limito a contemplar el camino del cigarrillo hasta su boca, después hasta el cenicero, sacudiendo las cenizas con un toquecito con el dedo, y llevándolo luego debajo de su pecho, donde tiene los brazos cruzados.
– Vale –dice con una chispa de dulzura–. No voy a insistir porque, aunque sea por el alcohol, ahora estás bien y no quiero arruinarte el ánimo. Pero, cuando quieras, sabes que puedes contármelo.
Una sonrisa tierna actúa como punto y final de su frase mientras me acaricia cariñosamente la pierna, y se la devuelvo con un asentimiento de cabeza. De repente todo me parece extraordinario. Pienso que nunca podría merecerla. Que no entiendo cómo una mujer tan pequeña puede ser tan sumamente grande por dentro. Y que, a pesar de todo lo que ella es, a pesar de lo poco que yo soy, está compartiendo su tiempo conmigo. Y muchísimo más que eso.
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El arte en una mirada
RomanceEra profesora de arte, y en efecto me parecía que sus pestañas enmarcaban el mejor cuadro de todos.