XXI

11.7K 824 223
                                    

Soy de los alumnos más rezagados que quedan en la sala y aún sigo recogiendo mis materiales tranquilamente. Me ha gustado la clase de hoy y en mi sonrisa se refleja lo mucho que he disfrutado. Cuando alzo la vista me encuentro de lejos con los ojos de mi musa, los reales. Al sorprenderla mirándome ella aparta la mirada de pronto confundida, como si no se hubiera dado cuenta antes, y me pregunto cuánto tiempo llevaba observándome. También me llama la atención que haya reaccionado así, pero enseguida mi interés se desvía a la escena actual. Blanca está intentando sin éxito mantener en equilibrio unas cuantas cajas con un solo brazo y pretende coger con el otro el lienzo que ha usado de ejemplo durante la clase. Cada vez que conduce sus esfuerzos a cogerlo alguna caja amenaza con caerse, si es que no lo hace antes, y no puedo evitar reírme interiormente.

Me acerco a ella y, para sorpresa de ambas, atrapo al vuelo uno de los estuches que iba camino del suelo. Aunque no me ha dado tiempo a pensarlo, actúo con una fingida naturalidad cuando ella me mira asombrada.

– ¿Te echo una mano? –pregunto con una sonrisa.

– Gracias.

Se centra en sostener las cajas mientras yo cojo el lienzo pero noto su actitud diferente, como si evitase mirarme a los ojos. No entiendo por qué. ¿Y si resulta que sí se dio cuenta de que es ella mi modelo? ¿Cambiaría eso su forma de verme o incluso de comportarse conmigo? Un penique por tus pensamientos, pienso.

Cuando somos las únicas que quedamos en clase Blanca se dispone a cerrar la puerta y, mientras busca la llave con la mano que tiene libre, yo dejo el lienzo descansando sobre la pared y me apoyo de espaldas en ella.

– ¿Te han vuelto a dar mal las llaves? –bromeo recordando el contratiempo de la última vez.

– Muy graciosa –contesta sarcástica, pero enseguida recupera esa actitud dubitativa que me desconcierta.

Se acerca a la cerradura inclinándose ligeramente para verla y provocando así que la montaña de cajas que sostiene se tambalee. Nos damos cuenta casi a la vez y actúo rápidamente intentando sujetarlas, al mismo tiempo que ella se gira con el mismo objetivo. Mi mano roza la zona donde se unen su vientre y su pecho y la mantengo ahí inevitablemente hasta que las cajas están en su sitio y, entonces, la aparto como si quemase. Y me quema la vergüenza.

Ambas hemos sido conscientes, pero ninguna dice nada y lo dejamos pasar. Bajamos las escaleras hablando de cosas de clase y tomamos un camino que desconozco, hasta llegar a una puerta cerrada. Mientras Blanca se enzarza en otra lucha por encontrar la llave que le corresponde aprovecho para apreciar de cerca el lienzo que nos ha enseñado como modelo para explicarnos lo que debíamos hacer. Es realmente bello. Una mirada cristalina y al mismo tiempo dura, como si retase. Por los trazos sutiles y precisos se nota lo perfeccionista que es la persona que lo ha hecho y me asalta la duda.

– ¿Éste lo has pintado tú? –pregunto señalándolo.

Ella acierta con la llave y abre la puerta antes de dirigirle una escueta mirada al lienzo.

– Ajá –contesta distraídamente cruzando la puerta.

– ¿En serio? Es precioso.

– Sólo lo hice para el ejercicio –dice quitándole importancia con un gesto y buscando un lugar donde colocar las cajas que lleva encima.

Debería aprender a aceptar un cumplido, pienso con una leve sonrisa.

Echo un vistazo alrededor; nos encontramos en un cuarto no muy amplio repleto de materiales y, a decir verdad, algo desordenado. Blanca sortea unas cajas que hay en el suelo pasando por encima de ellas y agarra la escalera que hay abierta junto a una de las estanterías.

El arte en una miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora