Galletas

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Todos esperaron ver al pequeño brujo desanimado y furioso, que se encerrase en su habitación y arremetiera contra cualquiera que osase acercarse, pero no. Sabiendo que el brujo era orgulloso les sorprendió verlo en tan alegre estado. El menor siempre con una sonrisa en sus labios y una disposición tan poco usual en él.

Era hora del almuerzo, Sal había invitado a Wadanohara y a Minami para hacer las paces con el menor. Sin embargo, se llevó una enorme sorpresa al ver al niño con una sonrisa gigante en los labios y sin la esperada furia contenida. Sal estaba genuinamente curioso, ¿qué había pasado para que Minami se encontrara en tan buen estado de humor? Sal lo había destrozado frente a la princesa, mancillado su orgullo, ¿por qué tan alegre?

—¿Y esa sonrisa? —. Preguntó casual. —Estas alegre... más de lo usual—.

El tiburón arqueó una ceja con curiosidad, frente suyo Minami tarareó; su boca llena de comida y en sus manos los cubiertos, sus cortas piernas se balanceaban con ánimo. Minami nunca destacó por comportarse como un auténtico niño, pero en ese momento se mostraba como lo que era en realidad; un niño pequeño.

—¡Es un secreto! —. Gritó con alegría una vez pasó el bocado.

Sal frunció los labios mientras que Wadanohara rio alegre por su hijo, la bruja acarició los azabaches cabellos con amor y plantó un dulce beso en la frente del menor cuando este acabó toda su comida sin rechistar una sola vez. El resto de la tarde, para sorpresa de Sal, fue bien; llena de risas y sonrisas, si Minami continuaba así al tiburón no le molestaría tomarlo bajo su ala de nuevo.

—¡Papá! —. Gritó corriendo por el pasillo de los calabozos.

Había corrido desde su habitación hasta los calabozos, era tarde y se suponía que debía estar en cama, pero Minami no podía dormir. Aún con sus pijamas puestas se escabulló y llegó a las celdas. Entró corriendo a la última, como siempre y sonrió grande al tener la mirada de Samekichi sobre él. Se acercó con emoción y se sentó frente al tiburón.

—Es para ti—. Dijo, mostrando un pequeño paquete hecho con un pañuelo azul. —Son galletas—.

Dejó el paquete en su regazo y lo abrió, mostrando los distintos tipos de galletas; habían sido un regalo de Sal, para hacer las paces o algo así, sinceramente Minami no recordaba nada de lo que el otro le había comentado en la tarde, su entusiasmo sobre Samekichi siendo su prioridad.

Desde aquella tarde donde su padre lo miró a los ojos, Minami no podía contener su alegría. Cada acción, cada comentario, incluso cuando llegaba y se iba; todo era observado por Samekichi con cuidado y en completo silencio. Minami sabía que el tiburón estaba roto, no tenía remedio y su intención no era darle arreglo, pero había logrado que el mayor reaccionara. Sacó una de las galletas y la llevó a la boca entreabierta del mayor.

—Vamos, papá, come—. Incitó con una enorme sonrisa.     

Brujo carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora