Regalo

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Mañana no voy a actualizar, porque lo usaré para descanso ya que me llegó un bloqueo de escritor bastante fuerte xD

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Sal sabía que algo no andaba bien. Unos días Minami era su peor pesadilla y tenía ganas de dejarlo a su suerte en el fondo del mar, otros quería acariciar su cabellera porque se comportaba como era debido, para después volver a su altanería y Sal estaba cansado de jugar lo que sea que Minami había hecho.

Las faltas de respeto de Minami iban y venían como las olas del mismo mar, a veces convirtiéndose en olas poderosas que Sal contrarrestaba con la misma potencia. El tiburón no podía más con el menor, estaba hastiado, y de no ser por Wadanohara ya se habría encargado de Minami desde la primera vez.

—¿Y eso? —.

Miró al menor, el brujo miraba la espada negra colgada en la pared. Sal gruñó para sus adentros y miró a Wadanohara que estaba sentada sirviendo el té para todos; una pequeña reunión amigable para aliviar asperezas. Había un par de baches gigantes entre ambos, y Sal no estaba dispuesto a arreglarlos, menos si Minami los hacia cada dos por tres.

—Es la espada sagrada—. Respondió Wadanohara.

—¿Hace algo "sagrado"? —.

La bruja rio y llamó al menor para que se sentara con ellos en la pequeña mesa. Minami se sentó con educación en el pequeño cojín y tomó la taza, soplando un poco para enfriar el líquido. Sal mecía su propia taza para enfriarlo y Wadanohara distribuía los bocadillos en los platos de los otros dos.

—No, no lo hace—. Volvió a responder la bruja. —Es un título solamente—.

Minami sorbió el té, mirando curioso la arma que juntaba polvo con cada día que pasaba. Estaba colgada en el gran salón, donde se hacían las fiestas y cenas importantes que normalmente concernían a la princesa o a Wadanohara.

—¿Puedo tenerla? —. Preguntó, girándose a ver a su madre.

Sal rio con burla y dejó la taza en la mesa con fuerza, haciendo saltar el resto de utensilios sobre la misma. Recargó los brazos sobre la mesa, usando la mano derecha para recargar su mentón y la izquierda para señalar al menor, sus cejas arqueadas con mofa. Minami frunció el ceño tan pronto lo escuchó.

—¿Y para qué la quieres? —. Dijo. —Un escuálido niño como tú no podría siquiera cargarla, ni levantarla—.

Minami apretó los dientes, listo para arremeter contra el tiburón cuando la pesada espada cayó en la mesa, destrozando la hermosa tetera y los bocadillos, el té salió de las tazas y manchó todo lo que estaba cerca suyo. Sorprendidos miraron a Wadanohara, la bruja bebía de su taza con una quietud extraordinaria.

—Toda tuya, cariño—. Dijo, una vez separó los labios de la taza, con una sonrisa.

El menor sonrió de nuevo, mirando la larga espada, se levantó corriendo y abrazó a su madre. Plantó un beso en la mejilla de Wadanohara y restregó su cabeza con la de ella, haciendo que sus sombreros se movieran de su puesto y sus cabellos se mezclasen un poco. Al final Minami le dio un beso más, sacó la pequeña vara con la cual practicaba su magia y salió corriendo con la espada a sus espaldas.

Después de un largo silencio, pesado e incómodo, Sal tragó el nudo de su garganta. —Eso es mío...—.

Wadanohara le sonrió y miró, sus ojos brillando como pocas veces lo hacían y Sal sintió un escalofrío recorrer su espalda, haciéndolo erizar incluso su cola. —Era—. Corrigió la bruja.

Minami corrió por los pasillos con la espada flotando detrás suyo, todo aquel que estaba cerca suyo se hacía a un lado al ver tan peligrosa arma y más aún al verlo correr con esa cosa libremente. Nadie comentó que la espada era exactamente igual a la que estaba en el gran comedor.

Salió del castillo y de sus alrededores y se adentró al pueblo. El antes pintoresco lugar había sido reemplazado por construcciones destrozadas y viejas, había habitantes en terribles condiciones y más de un cadáver putrefacto podía ser visto. Cuando los pocos sobrevivientes veían al joven brujo pasar se escondían de él; no era nuevo que el pequeño se escapase y jugase rudo con ellos.

Pero ese día fue diferente, Minami ignoró a todos y corrió a una casa en concreto, era la que estaba en peores condiciones; había grandes huecos en el techo, la puerta apenas se sostenía con una bisagra, los cristales de las ventanas quebrados. El interior apestaba a muerte y descomposición, había sangre en toda la sala, llenando los sofás que en algún momento fueron blancos. Los cuadros colgados estaban empañados y en la chimenea se podía ver una montaña de huesos.

Corrió a la sala donde había un piano; le faltaban teclas y la tapa estaba destruida, pero no iba a tocar. En el banquillo frente al piano estaba Samekichi sentado. Minami se acercó a su padre y pudo notar cerca de las patas del piano el cuerpo de algún pez, la cabeza había sido destruida a mordidas y sólo quedaba de la quijada inferior al cuello, no tenía los brazos y la pierna izquierda.

—Tenías mucha hambre—. Comentó subiendo al lado libre del banco.

Samekichi miraba las teclas sucias con insistencia, como esperando a que tocaran algo para él, su mirada carmín brillaba en la oscura habitación. Su rostro teñido de rojo al igual que sus garras y el puño de su chaqueta, la chaqueta que Minami había guardado por un tiempo. Se molestó un poco al verla manchada, pero tampoco quedaba mal.

—¡Mira que me dio mamá! —.

Dejó caer la espada en las teclas del piano, haciendo un estruendo, varias teclas se desprendieron y cayeron al suelo. La pesada arma frente ellos. Minami tomó a su padre de la chaqueta y tiró de ella, señalando con la mano libre el arma y mirándolo con ojos brillantes.

—¡Úsala, papá! —. Ordenó.

Samekichi tomó el arma del mango, sus guantes rechinando contra el cuero de la empuñadura. Se levantó y con él se llevó el arma. Minami gritó de emoción cuando vio a su padre caminar con la espada en una sola mano, como si no pesara. Samekichi se detuvo frente a una de las paredes de la habitación, tomó la espada con ambas manos y blandió contra la pared.

Minami se sostuvo al banquillo cuando la casa entera se tambaleó, más escombros cayendo del suelo y observó con admiración como en la pared aparecía un tajo diagonal, para posteriormente caer en escombros, dejando que toda la habitación estuviera al aire libre. Minami aplaudió con euforia. 

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Es la casa de Wadanohara, por si no queda claro :,v ¿La espada no tenía nombre? 

Brujo carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora