Celos

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Minami miraba con interés como las garras de su padre creaban largas líneas en las piedras del suelo, hacía un rechinido que penetraba los tímpanos y el polvo se había comenzado a acumular alrededor de las franjas. Estaba sorprendido que las garras estuvieran tan filosas como para hacer eso, y no evitó preguntarse qué tan fácil éstas desgarrarían piel.

Estaba fascinado porque su padre había comenzado a mostrar emociones. Desde aquel encuentro con Sal en las mazmorras, la movilidad de Samekichi había aumentado ahora moviendo ambas manos sin que fueran espasmos. Podía abrir y cerrar los dedos, así como sostener cosas y levantar los brazos.

También aparecieron cambios de actitud, antes siempre estoico, ahora mostraba molestia, asco, cansancio y lo que parecía ser dolor. Era un progreso, un enorme progreso del cual Minami comenzaba a pensar sería incapaz de ocultarlo a la larga; era cuestión de tiempo que Samekichi se levantase o hablase. Paseó la mirada por la vacía celda y tarareó para sí.

—Mamá—. Dijo. —Duerme con Sal, ¿sabes? —. Continuó y comenzó a dibujar en el polvoriento suelo.

Samekichi paró, sus garras enterradas en las estrías que creó en el suelo. Minami le miró a través del flequillo y levantó los hombros con desinterés. ¿Estaba creando rencillas entre Sal y Samekichi? Claro que no, por lo que sabía estas ya existían. Minami sólo se desahoga, sonrió con disimulo.

—Cada noche, después de decirme buenas noches, se va con él—. Comenzó a dispersar el polvo del suelo. —Mamá dice que hacen "cosas de adultos", pero no nací ayer—. Estrelló la mano contra el suelo, levantando una nube de polvo. —Me da asco, saber que Sal toca a mamá—.

El menor observó como la mano de Samekichi se abría, extendiendo los dedos, para después enterrar cada garra en la piedra, destrozándola y levantando un gran pedazo de la misma. Minami no ocultó su sorpresa ante la inesperada muestra de poder y rabia. Levantó el rostro sólo para ver vacío en Samekichi.

—Mamá estará encantada cuando salgas, papá—. Su sonrisa desapareció y bajó el rostro. —Pero no podrás; mientras no aceptes ser siervo de la princesa Mikotsu, ella jamás te dejará salir—.

Una mentirilla blanca no hace daño a nadie. Samekichi paró, dejando un hueco en el suelo donde su mano continuaba enterrada. Minami se acercó a él con cuidado y ojos tristes, casi llorosos, y su padre lo miró fijamente.

—¿Le jurarías lealtad al Mar muerto? —. Preguntó con voz cortada. —¿Para estar con mamá...? —.

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Ayer se me acabaron los capítulos que estaban en el tintero, así que me puse hoy a escribir en shinga xD

Brujo carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora