Marinerito ensangrentado

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Escribí esto estando de mal humor, no se como haya quedado.

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El mar carmesí, inundado por cadáveres de peces, dejando atrás todo aquel brillante azul y la vida chispeante. La perla, la enorme y bella perla que asemejaba la luna misma, había sido destrozada hace años. La princesa Uomi había desaparecido, varios rumores apuntaban que estaba en el reino Totsusa, con la princesa que pronto se volvería reina. Pero los rumores volaban; sobre la supuesta princesa Uomi viva, sobre una orca que no temía pasear por el embravecido mar, sobre que su padre no era Sal.

Aunque ese último no se podía llamar rumor si era verdad. Minami no era tonto, la inocencia que mostraban sus ojos engañaba a todos, incluso a Sal mismo. El pequeño brujo sabía de sobra que su padre era otro, su propia madre se lo había confirmado tan pronto Minami llamó a Sal "padre". Wadanohara rio a carcajadas cuando Sal salió de la habitación orgulloso de las palabras del menor. La bruja del mar rio y rio hasta caer de rodillas al suelo.

¡Oh! ¡Mi pequeño! . Dijo Wadanohara. ¡Tu padre no es Sal! ¡No, no! .

Su padre era Samekichi. Por lo que su madre le contó, era un familiar suyo que estaba en los calabozos y al cual apreciaba realmente. Minami no comentó nada; dejando pasar por alto como los ojos de su madre se endulzaban ante la mención del prisionero.

Sal siempre dijo que su curiosidad era una maldición; siempre deseoso de saber que pasaba y los porque de eso. Esa misma curiosidad que Sal tanto detestaba de su autoproclamado hijo, fue la que llevó a Minami a adentrarse a los calabozos del castillo; la presión del agua era asfixiante, ni un solo pez se encontraba en el lugar.

Las enormes rejas que dividían el pasillo de las celdas, dentro de la mayoría solo veía cadáveres destrozados o en descomposición, algunos esqueletos incluso. Pero en la última celda, aquella que estaba en el rincón y con la menor luz posible, estaba un cuerpo inmóvil en una esquina. Minami le miró de lejos unos segundos.

La oscuridad consumía la figura, pero aún a través de ella podía ver como respiraba. Abrió la puerta sin mucho problema y se acercó, con cada paso que daba más curioso sobre el prisionero que era su verdadero padre. Tenía curiosidad, ¿por qué su madre había preferido a un prisionero en lugar de Sal? ¿Por qué?

Se detuvo y observó al tiburón encadenado, o lo que quedaba de él. La cabeza recargada contra la pared de concreto, sus muñecas y tobillos encadenados con grilletes. Su piel carcomida y llena de cicatrices, así como heridas infectadas y que aún no cerraban. Su cuerpo largo que en algún momento seguramente fue imponente ahora era escuálido y cadavérico.

La larga y robusta cola en el suelo, inmóvil y con cortes. Minami miró los ojos ajenos, encontrándose con un vacío más profundo que el fondo del mar. Se inclinó, y observó los rasgos que seguramente vieron mejores tiempos, pero apreciaba que Samekichi era idéntico a Sal. Minami recargó el mentón en su mano izquierda.

—Entonces—. Dijo. —Tú eres mi padre. Mi verdadero padre—.

No obtuvo respuesta, sólo una respiración lenta y acompasada. Un parpadeó y unos ojos que veían sin observar, Minami se preguntó si el tiburón podía ver aún o si habría quedado ciego después de tanto tiempo. El joven brujo tarareó un poco, sin despegar la vista del tiburón. Observó los ojos inmóviles de Samekichi, penetrando el profundo gris con sus iris rojizos. Una sonrisa se posó en los pequeños labios de Minami.

—Estas vacío—. Dijo y se levantó. —Estas tan vacío, que no eres más que un objeto—.

Se acercó y dio una bofetada, haciendo que Samekichi moviera la cabeza, golpeándose contra la pared. Pero ningún sonido o queja se mostró. Minami observó cómo se enrojecía la amarillenta y enfermiza piel, mostrando que aún corría sangre por el despojo de tiburón que tenía enfrente. Minami soltó una risilla, risueña y adorable.

Abrazó la cabeza de Samekichi, dejando la frente del mayor en su pecho. Acarició los sucios, grasientos y ensangrentados cabellos; cabellos azabaches como los de Minami. Pasó sus cortos dedos por la maltratada aleta dorsal, la piel llena de cicatrices. El pequeño brujo cerró los ojos y se dejó embriagar por el calor ajeno.

—Papá...Estas tan vacío como mamá y yo—.

Brujo carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora