Amenaza

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Advertencia: Violencia contra un menor de edad.  

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Sal abrió las puertas de la sala del trono con fuerza, azotándolas y sorprendiendo a todos los que estaban dentro de la sala, entre los jadeos de sorpresa escuchó como una taza caía al suelo y se destrozaba.

Los consejeros y embajadores le miraron con desconcierto y se congelaron en sus puestos. Sal escaneó el lugar y gruñó enrabiado cuando no encontró a quien buscaba, se giró y se alejó dando grandes zancadas sin molestarse en cerrar la puerta. Cada sirviente que encontraba en el camino se alejaba de él al verlo.

Sal no recordaba la última vez que había estado tan molesto y no le causaba gracia saber que se debía a Minami; ese mocoso estaba metiendo la mano a la boca del tiburón, bastante literal para su gusto. Y ahora ni Wadanohara lo detendría de darle su merecido.

Se había enterado, a través de murmullos de nuevo, que Minami había conversado a solas con la princesa Mikotsu y que ésta le había concebido la libertad de Samekichi; sin juicio, sin concejo, sin nada. ¿Cómo había conseguido el favor? No tenía idea y era lo que menos importaba, lo que necesitaba era darle un escarmiento al menor.

Escaneó al derecho y al revés el castillo, su última opción fueron los calabozos y no se alegró al verlo ahí. Sentado frente a Samekichi y conversaba animadamente con el despojo de tiburón, Sal apretó los dientes; verlos juntos era como una burla a su persona. Era un recordatorio de como Wadanohara prefirió tener el hijo de aquel bastardo en lugar del suyo.

—¿Qué le dijiste a la princesa? —. Preguntó elevando la voz e ingresando a la celda.

Minami paró su conversación unilateral y miró sobre el hombro, se había sobresaltado ante la voz conocida y el tono desagradable de Sal. Al ver al tiburón albino el menor rodó los ojos con fastidio y regresó la mirada hacia su padre. Sal chirrió los dientes al verse ignorado.

—Te he preguntado algo, Minami, responde—. No necesitó ver el rostro del otro para saber que el menor rodó los ojos con fastidio.

—Hable con ella de un par de cosas—. Respondió. —Nada de tu incumbencia—.

—No estoy de humor para tus estúpidos juegos, mocoso, qué mierda le dijiste a la princesa para obtener la libertad de esta escoria—.

—¿Eso? Oh, solo le dije lo que iba a decir el primer juicio—. Respondió con indiferencia. —Conversamos, Sal, solo eso—.

Los puños de Sal temblaron, estaba fuera de sí en ese momento y lo demostró al tomar a Minami del cabello, ganando un quejido de dolor. Lo acercó a él y con su mano libre tomó el mentón del menor, dejándolo inmóvil.

—Escucha chiquillo de mierda, ya me cansé de jugar a la buena persona—. Gruñó y estrechó los ojos. —Que te quede claro, esta mierda frente tuyo no va a salir de aquí; jamás—.

El brujo le retó con la mirada, sus ojos igual de iracundos que los de Sal, pero lo único que consiguió fue enfurecer aún más al mayor. El embajador recordó aquella mirada desafiante que Samekichi le dedicó hace años atrás, y sin más azotó el rostro del menor contra el suelo de piedra de la celda.

La pequeña habitación quedó en silencio unos momentos, tiempo en el que la adrenalina de Sal bajó y su visión dejó de ser roja. Soltó los cabellos de Minami y el menor, con brazos temblorosos intentó levantarse, fallando miserablemente. Sal se levantó y salió de la celda, con una amenaza silenciosa.

Minami sentía náuseas y todo giraba a su alrededor, sentía la cabeza entumida y sus ojos se desenfocaban. Al segundo intento logró levantarse, quedando sentado de nueva cuenta. El lugar aún giraba y veía borrosa la figura de su padre.

En sus oídos que estaban llenos por un zumbido, escuchó un tintineo distante y pronto sintió una mano grande y rasposa en su mejilla izquierda. La mano acarició su mejilla con calma y cariño, Minami no evitó sonreír, aún mareado.

—¿Se ve muy mal? —. Preguntó y llevó las manos a la frente, separando su flequillo y mostrando la marca rojiza del golpe.

Samekichi le miró unos segundos, antes de negar lentamente con la cabeza. La risa que Minami soltó en ese momento se convirtió en un quejido de dolor al sentir como nacía un dolor de cabeza. Samekichi subió su mano y acarició los cabellos negros del menor.

Brujo carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora