Prólogo.

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—NO.— espeté, negativa ante cada palabra que agregaba acerca del tema.

—Aerye.— mi padre comenzó, acercándose a mí. —No hay otra opción. Nos descubrieron.—

—Sí, sí. Hasta ahí lo comprendo.— apreté el puente de mis cejas. —¿Pero sabes qué demonios me estás pidiendo? ¡Qué te deje aquí con los humanos a esperar a que te cacen, mientras que yo estoy feliz en un mundo de haditas y polvos mágicos!— alcé las manos al aire, exasperada por su actitud.

—Es la única opción.— repitió cómo si fuese el único argumento válido que podía encontrar. —Si ambos nos vamos, se darán cuenta de que algo anda mal. Sospecharán de inmediato y ninguno vivirá más allá de mañana.—


Julio 22, verano. 

Después de que ese receso de la universidad terminara, pasaría a mi penúltimo semestre. En pocas palabras, sería una adulta hecha y derecha, lista para incorporarme al mundo que me correspondía. Ese mundo en el que tu único destino era trabajar incansablemente hasta que el gobierno te deje retirarte, con la energía igual de consumida que la vida misma. En sí, no era algo que quisiera que pasara pronto.

Entonces, esta oportunidad sería perfecta para mí. No tendría que preocuparme por terminar la universidad, y haría mi vida en un mundo que cualquiera encontraría ficticio; con la raza que me acunó y protegió. Aún no podía procesar que aquello fuera verdad. ¿Por qué habría algo alterno a nuestra Tierra? ¿Por qué no lo supe antes? Eran tantas mis preguntas y tan poco tiempo. 

Lágrimas infantiles se formaban a gran velocidad en mis ojos, y subía la vista para evitar su caída. Para no admitir que cada vez que yo decía que me quería independizar y vivir como una adulta era un arrepentimiento más en mi lista. Qué él siempre tuvo la razón.


—¿Por qué no me lo dijiste?— pregunté, pasando mi mano por mi cabello. —¿Por qué todos en la familia me mintieron diciendo que mamá había muerto?—

—Hija, entiende que era para protegerte.— comenzó a excusarse. —Si hubiera sido por mí, te juro por mi vida que te hubiera dicho todo. Pero no era seguro. Las cazas apenas habían comenzado y tu madre se libró de pura suerte.—

—Sí ya habían comenzado, ¿por qué diablos me tengo que ir?— mordí mi labio, argumentos infantiles siendo lo único en lo que podía apoyarme. —¡No pienso dejarte aquí solo! ¡Eres la única familia que me queda!—

—Aerye.— colocó una mano sobre mi hombro, y me tensé. —Tienes que entenderlo. En comparación de tu madre y tú, mi porcentaje sobrenatural, si quieres llamarlo así, es nulo.— continuó, levantando la mirada. —Nunca me identificarán cómo alguien no-humano. Pero a ti sí. ¿Sabes lo que significa, no?—


Tragué saliva. Sabía perfectamente lo que significaba, y tenía razón. Si él se quedaba, podía decir que mi ausencia era por un intercambio o algo por el estilo, y sería creíble. En cambio, si los dos nos íbamos, automáticamente estaríamos en la lista roja. Si nos quedábamos los dos, me encontrarían tarde o temprano, y el resultado sería el mismo. Visto desde el punto lógico, era lo mejor que podía hacer. Era mi única opción, y no podía hacer nada al respecto.

Todos esos pensamientos que llenaron mi cerebro de golpe me hicieron llegar a mi límite. No lo soporté más, y abracé a mi padre. Las lágrimas fluían con gran intensidad, hasta el punto en que sentía mi rostro hirviendo al paso de cada una. Me sentía una niña indefensa, y de cierta forma, era nostálgico. Me recordaba a la primera vez que me llevó a la escuela, y yo no quería alejarme de él ni de mamá.

Re;Birth [Eldarya] (Re;Birth #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora