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Dejo de tener consciencia cuando mi mente se pierde en la gama de colores opacos. Mis oídos se cierran ante los sonidos externos y solo un zumbido retumba en ellos, los colores vivos de la habitación se van consumiendo lentamente dejando mi mente en una línea que desconoce, al principio todo es blanco, luego negro para finalmente quedarse en un gris opaco. Mis ojos miran con atención el techo como si buscara algo más detrás de la capa de pintura; llevo otro cigarrillo a mi boca sin prisa alguna, sin apartar la mirada, como si todo se hallara en cámara lenta me siento morir despacio y en cuanto doy la primera calada comienzo a ver en el techo aquellos reflejos: aeropuertos, cuartos de hoteles, besos, escenarios, me veo a mí mismo siendo protagonista de mi propia película, me veo pecando. Mis reflejos se mezclan con el humo y la nicotina volviendo todo polvo, finalmente logro divisar un túnel, en donde todo está oscuro y donde solo puedo verme a mí mismo del otro lado, de pronto los colores que antes eran grises en la habitación vuelven a tomar su color, el sonido de la máquina que marca los latidos de mi corazón se acelera, ya no escucho el sonido, solo aquel tintineo molesto y de pronto la máquina deja de sonar. Todo se vuelve blanco y dejo caer el cigarrillo al suelo, alguien toma mi pulso pero no puedo ver más allá, apenas puedo sentir sus manos frías en mi muñeca o mantener los ojos abiertos gracias a la luz cegadora, en un instante todo se torna negro y no vuelvo a escuchar a nadie hablar, ahora solo hay paz.

A quien conciernaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora