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Es difícil dejar ir un pedazo de ti, esa parte de tu vida que mantenía en armonía tu corazón y te daba las ganas de seguir corriendo. Todo me recuerda a él, a nosotros, y la vida no es que me ayude mucho a pasar de su persona porque en cada primavera, en cada parte feliz de mi vida nos veo juntos como la primera vez. Nunca fui alguien apegado a las personas, no hasta tal punto de ser dependiente, pero había algo en él que me impedía continuar sin querer mirar atrás cada dos segundos y cada vez que daba dos pasos hacia adelante terminaba retrocediendo tres. Era como estar dentro de una caja de cristal mirando el mundo a través de cuatro paredes transparentes, mirando aquello que no podía tocar sin muchas opciones de salida más que sentarte y esperar; ¿pero qué esperaba?

¿Que volviera, que dejara su orgullo, que dejara de reparar mi corazón roto si realmente no iba a quedarse, que dejara de retenerme solo cuando estaba a punto de perderme?

Estaba de pie en una parte de mi vida que desconocía, me desconocía a mí mismo, a mis acciones y mis actitudes, estaba de pie entre miles de carreteras que se cruzaban entre sí, todo estaba tan vacío y en silencio y mientras permanecía en medio de ese lugar mi mente murmuraba que era tiempo de escoger. Escoger hacia donde quería ir sin mirar atrás, tenía una oportunidad de empezar de nuevo pero no era capaz de abrir mis puños en los que encerraba el pasado: los recuerdos y eso me estaba matando, tenía que dejarle ir.

A quien conciernaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora