- Cosa que todavía no logramos entender- dijo George negando con la cabeza mientras Angelina reprendía la lectura.
- Capítulo 5: El sauce boxeador. El final del verano llegó más rápido de lo que Harry habría querido. Estaba deseando volver a Hogwarts, pero por otro lado, el mes que había pasado en La Madriguera había sido el más feliz de su vida. Le resultaba difícil no sentir envidia de Ron cuando pensaba en los Dursley y en la bienvenida que le darían cuando volviera a Privet Drive.La última noche, la señora Weasley hizo aparecer, por medio de un conjuro, una cena suntuosa que incluía todos los manjares favoritos de Harry y que terminó con un suculento pudín de melaza.
- La comida de Molly- canturrearon con admiración los gemelos Prewett.
- Fred y George redondearon lanoche con una exhibición de las bengalas del doctor Filibuster, y llenaron lacocina con chispas azules y rojas que rebotaban del techo a las paredes durante al menos media hora. Después de esto, llegó el momento de tomar una última taza de chocolate caliente e ir a la cama.A la mañana siguiente, les llevó mucho rato ponerse en marcha. Se levantaron con el canto del gallo, pero parecía que quedaban muchas cosaspor preparar. La señora Weasley, de mal humor, iba de aquí para allá comouna exhalación, buscando tan pronto unos calcetines como una pluma. Algunos chocaban en las escaleras, medio vestidos, sosteniendo en la mano un trozode tostada, y el señor Weasley, al llevar el baúl de Ginny al coche a través delpatio, casi se rompe el cuello cuando tropezó con una gallina despistada.
- Dichosas gallinas- gruñó Arthur sobando con delicadeza su cuello.
- A Harry no le entraba en la cabeza que ocho personas, seis baúles grandes, dos lechuzas y una rata pudieran caber en un pequeño Ford Anglia.Claro que no había contado con las prestaciones especiales que le había añadido el señor Weasley.
- No le digas a Molly ni media palabra- susurró a Harry al abrir elmaletero y enseñarle cómo lo había ensanchado mágicamente para quepudieran caber los baúles con toda facilidad.
-¡Papa! Técnicamente Harry faltó a su palabra- le recordó Ron a su padre, pero Arthur sonrió con simpleza, dando a entender que el tema no le interesaba en lo absoluto.
-¿Acaso no te has dado cuenta que yo soy el mimado de tus padres?- le susurró con burla el pelinegro; y, para quitar un poco de tensión a lo anterior mente dicho, lo empujo con suavidad. Ron frunció el ceño levemente, de veras odiaba que Harry tuviera razón.
- Cuando por fin estuvieron todos en el coche, la señora Weasley echó un vistazo al asiento trasero, en el que Harry, Ron, Fred, George y Percy estaban confortablemente sentados, unos al lado de otros, y dijo: - Los muggles saben más de lo que parece, ¿verdad?- Ella y Ginny iban en el asiento delantero, que había sido alargado hasta tal punto que parecía un banco del parque- Quiero decir que desde fuera uno nunca diría que el coche es tan espacioso, ¿verdad?
- Ahora sabes la verdad- rió George interrumpiendo a la morena.
- El señor Weasley arrancó el coche y salieron del patio. Harry se volvió para echar una última mirada a la casa. Apenas le había dado tiempo a preguntarse cuándo volvería a verla, cuando tuvieron que dar la vuelta, porque a George se le había olvidado su caja de bengalas del doctor Filibuster. Cinco minutos después, el coche tuvo que detenerse en el corral para que Fred pudiera entrara coger su escoba. Y cuando ya estaban en la autopista, Ginny gritó que se había olvidado su diario y tuvieron que retroceder otra vez. Cuando Ginny subió al coche, después de recoger el diario, llevaban muchísimo retraso y los ánimos estaban alterados.El señor Weasley miró primero su reloj y luego a su mujer - Molly, querida...- No, Arthur- Nadie nos vería.