記憶 (r e c u e r d o) --- 輝く (b r i l l o)

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記憶 (r e c u e r d o)

Hajime arrastró la parte más pesada de su equipaje mientras intercambiaba palabras fúnebres y de condolencia con su tía; memorias, narraciones a medias. Arimura Yuriko permitió al muchacho desahogarse en una situación tan trabajosa y en un día tan cálido, que la pesadilla oscura, carmesí, parecía disfrazarse de suave, triste dama. Incluso dolía menos. Al final, cuando ambos decidieron dejarse a solas para continuar con sus labores y, quizá, acostumbrarse a la presencia del otro, la señora pronunció:

—En fin, una vez más, bienvenido. El señor Arimura no tardará en llegar con mi hijo. Espero que puedan recibirte a la hora de comer y... estoy segura de que Shun se alegrará muchísimo de al fin tener un compañero. Seguro que tú también. —En ese instante esbozó una sonrisa extraña que Hajime no supo descifrar.

—Sí, yo también lo creo —replicó en voz baja—. Gracias.

En cuanto se vio solo, el muchacho cual remolino comenzó a acomodar sus pertenencias, entre ellas, la urna del padre que debía llevar al templo del pueblo lo antes posible. Se decía a sí mismo, obligándose a ser activo: Debo mantener una actitud madura. Esta oportunidad que me han brindado es demasiado benévola y oportuna como para que yo la desperdicie durmiendo el día entero, como hasta hace una semana lo hacía. De mi padre debo recordar los buenos momentos, todas las enseñanzas que me brindó, y orar por él todos los días, como lo hubiese deseado. Aunque duela, aunque perfore, debo ser fuerte y soportarlo. Con los días esta ave que devora mis entrañas irá palideciendo, desplumándose hasta ser únicamente un vil testigo de mis cicatrices.

A eso del medio día, Hajime se dejó caer sobre el tatami, huesos pesados. Con las mejillas sonrosadas cual fruto que escurre en almíbar, la piel húmeda y los labios rojos que inhalaban y exhalaban un aliento primaveral, comenzó a soplarse torpemente con su sombrero. El cuerpo tendido, por poco desmayado, reposaba con una pierna delgada y lampiña asomándose a través del traje. Oh, aquellos ojos grandes como borlas de ónix miraban al vacío sin pensar nada más. No obstante, en algún momento, cuando los párpados se dejaron vencer gracias al arrullo de una pequeña ráfaga de viento, llegó a su mente una imagen del pasado.

Tendido bocarriba yace el pequeño Hajime, abrazando con todas sus fuerzas un carrito de juguete fabricado con madera. Encima de él, un jovencito tres años mayor intenta arrebatárselo con una sonrisa violenta en los labios. El menor solo aprieta sus párpados y se hace un ovillo, soportando el cómo su agresor lo revuelca por el suelo terroso. Yace sucio, lastimado de las rodillas y los codos, pero se mantiene firme en su propósito.

Su primo, Shun, aquel con quien juega de vez en cuando, reclama que el juguete es suyo. De aquella forma ha logrado arrebatarle antes otras pertenencias al tonto de Hajime, quien lo deja hacer sin proferir queja alguna, incluso si un disgusto reprimido mancha su boca amarga. Sin embargo, en esta ocasión se trata de un obsequio otorgado en su cumpleaños por su padre. Un mes antes había transitado cada día por la tienda solo para admirar la belleza de dicho objeto; bien tallado y teñido de colores brillantes. Cuando lo vio desaparecer del mostrador, no pudo dejar de llorar la tarde entera. Así que en el momento en que su padre se lo entregó aquella mañana radiante, se prometió cuidarlo con el alma de ser necesario.

Como resultado, ahí yace Hajime soportando las mordidas del abusivo y caprichoso Shun que se ha empeñado más que nunca en robarle su juguete. No es hasta que Yuriko escucha el escándalo que ambos se separan y el más chico resulta vencedor; golpeado, rasguñado, terroso, pero sonriente.

Hajime recordó aquello y entonces temió lo peor respecto a la relación con su primo. Aunque, en realidad, tampoco podía saberlo. Doce años habían transcurrido desde entonces y bien Shun debía haber madurado, justo como él. Sí.

Y, reflexionando esto, Yuriko llegó a avisar:

—Ya han llegado. Ven a comer.




輝く (b r i l l o)

Cuando se habla de la impresión que Yamada Hajime experimentó al toparse por primera vez en mucho tiempo con sus familiares masculinos durante aquel medio día bochornoso, debe considerarse que, aunque el tiempo parezca detenerse y los segundos se prolonguen como el eterno chirrido de las cigarras veraniegas, en realidad aquello ocurrió de forma tan atropellada, torpe y efímera que, al no vivirlo verdaderamente en su piel, jamás comprenderemos la magnitud del incendio desatado en aquel momento.

Distraído como siempre, de alma lenta, Hajime se adentró al comedor siguiendo a la fémina. Y allí, donde la vista al jardín lucía más plena y hermosa, divisó hincadas ante la mesa dos siluetas que murmuraban y reían. En cuanto notaron su presencia, ambas se levantaron y acudieron a realizar los saludos pertinentes. El hombre mayor, alto, canoso y de personalidad imponente, le recibió con la misma amabilidad meliflua que Yuriko. No obstante, para ese instante, Hajime sufría ya los efectos de quien, al ver una luz tan inmensa, se percata de su inminente oscuridad.

Atrás, aguardando su turno con las manos colocadas en la curvatura de su espalda, yacía un joven alto, delgado, con el aspecto de ser tan fuerte como frágil... algo como la rama de un cerezo. La piel blanca de las mejillas parecía teñida a pinceladas descuidadas con un matiz rojizo natural, y los cabellos largos y extrañamente curvos que con gentileza adornaban sus sienes debieron brillar de forma cobriza bajo el sol. El perfil... el bello perfil de finas facciones relucía con los ojos pequeños, labios carnosos y barbilla refinada. La indumentaria era oscura y elegante.

Hajime, ante una hermosura masculina tan apabullante, creyó desfallecer en un último aliento de agridulce temor. Cuando sus miradas se cruzaron y el muchacho fue expuesto a la sonrisa solar de su consanguíneo, se supo hundido en una vorágine de sentimientos contradictorios, extraños, como venidos de la luna. De pronto se descubrió reprimiendo el deseo de salir corriendo, huir muy lejos de todos ellos, del nuevo Shun tan opuesto al de sus memorias.

Intentaba controlar aquella atípica violencia de su corazón, actuando con un semblante serio, quizá demasiado recto para el momento; completamente extraviado, asustado y enredado en sus emociones. Es decir, nunca había experimentado algo similar, por lo que no sabía cómo lidiar con ello... o quizás sí, antes lo vivió con alguna niña o niño cuando era más joven, pero nunca de forma tan intensa, y mucho menos a causa de un varón. Y es que, semejante porte solo era digno de admirarse. Involuntariamente sus ojos rebotaban en direcciones erráticas, disimuladas, pero siempre terminaban encaminadas hacia la misma persona. Ahí yacía Shun... uno nuevo, radiante y hermoso en cualquier sentido.

Durante el almuerzo, Hajime se vio obligado a mantener una larga conversación con el jefe de familia. En realidad, aquello resultó más difícil de lo que esperaba; no solo debido a sus nulas habilidades y humor para charlar, sino por aquella mirada penetrante que se mantenía posada en él con curiosidad, lo que ocasionaba su nerviosismo. Shun le observaba como si intentase descifrar los misterios tras una especie de retoño recién descubierta, o acaso una oruga multicolor que se desliza por la mesa. Esos ojos, orbes de tinta y miel, inquietaban a su de por sí febril corazón.

Y así, torpe, asustadizo, el joven vio cómo las primeras gotas escarlata se derramaban sobre su piel, sin poderlo evitar.

Y así, torpe, asustadizo, el joven vio cómo las primeras gotas escarlata se derramaban sobre su piel, sin poderlo evitar

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Artista: Katsushika Hokusai

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