涼しい (f r í o)
Durante aquel anochecer azulado, cuando el andar a contraviento hacía estremecer la fragilidad de su dermis, Hajime luchaba por tranquilizar a la higanbana encarnada en su víscera distrayéndola con la vista de los techos como grandes sombrillas de tejas. Observaba las ventanas, los balcones y letreros del pueblo, cuidando de no tropezar en la calle inclinada. Se concentraba en las piedras bajo sus pies, en cómo dolían. Sí, molestaban hasta herir sus huesos... lastimaban tanto como aquel sentimiento al que no deseaba designar un nombre.
De pronto aborrecía a Yi Feng, y se negaba a reflexionar sobre todo aquello que le había narrado en soledad. Sin embargo ¿no había pensado mientras relataba su encuentro con aquel hombre-viuda-negra, el cómo sería experimentarlo en carne propia al lado de Shun? ¿No embarazosas imágenes transitaron en un suspiro por su mente, por el espinazo? Piernas entrelazadas, un abrazo a flor de piel; la vulnerabilidad de un cuerpo desnudo sobre el tatami, moribundo de placer, con la luz del medio día bañándolo en su carmín.
No.
Olvídalo.
Le preocupaba la salud de su amigo, aunque en ese instante se hallara molesto con él. También le angustiaban los negocios turbios en los que fuese envuelto debido a la torpeza de sus ansias. De no ser porque se suscitó el evento con Manabu ¿el tal Matsumoto hubiese sido capaz de prostituirlo? ¿Y si de pronto se encontraba encerrado con el viejo Yamamoto sin remedio alguno? Aquellas suposiciones eran demasiado crueles para la tolerancia inocente de Hajime... pero no dejaban de ser probables. ¡Oh, su dulce flor esqueleto!
Antes de partir, le había observado el cuello. Allí florecía una marca roja.
No olvides el beso.
La imagen de sus ojos brillantes, llenos de una compasión por poco lastimosa le estremecían. Los labios rosas recién remojados y aquel amable deseo con que le había tomado sin previo indicio de sus intenciones, en verdad lo conmovían incluso si luchaba contra ello. Oh, portaba aun el venenoso almíbar en su boca; muy dulce, sucio de otros labios teñidos con carmín artificial. Le perturbaba haber incluso correspondido el acto vergonzoso, incapaz de rechazarlo inmediatamente, aun conociendo los recovecos donde hubo yacido antes. Se sentía débil, molesto consigo mismo y con el otro. Jamás olvidaría aquel cielo morado, el par de luciérnagas que observó volar a través de la ventana al lado de Feng.
Debido a ello, al remolino en su ánimo, buscaba una distracción inmediata que le reconfortara. Cuando llegó a la casa y descubrió la silueta masculina contando las ganancias del día, se acercó y se sentó justo frente a ella.
—Has vuelto, Hajime —dijo sin mirarlo su primo, concentrado en su labor metálica.
Apoyado sobre la madera del mostrador, el joven de bonito rostro y labios muy carnosos parecía infinitamente virtuoso. Pestañas largas, cabellera castaña abundante como la seda. Aquella imagen era la que le seducía día a día, sin remedio; esa a la que muy en el fondo deseaba permanecer fiel debido a la barrera de su sangre compartida. Además, los sentimientos en su corazón eran sinceros, inquebrantables. Víctima de una adoración que fungía como escudo, se rindió ante él después de resistirse por largos días.
—Sí. Estoy destinado a volver siempre a tu lado, ya lo sabes.
—¿En verdad? —Shun le echó un vistazo furtivo. La sonrisa enigmática de zorro se asomó en su boca una vez más. Máscara de kitsune—. A veces creo que tras uno de tus largos paseos no volveré a verte jamás.
Hajime observaba al ábaco moverse con agilidad. La caligrafía del otro joven era hermosa; le gustaba más que la de Feng, incluso si era modesta, pequeña y delgada. Quizás esa sensación de calidez al observar los números sobre el papel se debía a la luz reducida, la única llama que les iluminaba entre sombras... el recuerdo de los momentos compartidos.
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Manjusaka
Ficción GeneralLos últimos recuerdos que Yamada Hajime conserva de su padre se encuentran teñidos de sangre y agonía. De acuerdo a su consejo, para evitar una muerte por melancolía, el joven emprende la búsqueda de unos ojos similares a los suyos en el pueblo nata...