足音 (p a s o s) --- 陰影 (s o m b r a)

614 85 63
                                    

足音 (p a s o s)

Una última vuelta perezosa entre las sábanas y abrió los ojos. La luz se colaba a través del papel; de pronto, un nuevo día color sepia se adelantaba ya, ineludible. El trinar de las aves en el jardín anunciaba el retraso del muchacho. Su alma pesaba más que su cuerpo, Hajime se percató de ello al enderezarse y notar en su bostezo un aliento nauseabundo. Incluso si se esforzaba por ignorarlo, una creciente jaqueca mordía su cráneo cual sanguijuela negra. Confundido, molesto, se vio cara a cara con la higanbana marchita del florero. Sí. El panorama, a pesar de todo, continuaba teñido del mismo carmesí impasible de la mañana anterior. Todas las torpes palabras del reciente encuentro se amontonaron en sus sienes; el alcohol, las confesiones.

Lo que es dicho, en cuanto adquiere materialidad, se torna imborrable... ¿cierto? 

Con ambas palmas cubriéndole el rostro, Hajime gritó en desesperado arrepentimiento. Después, el silencio. Un suspiro. Tras la automutilación cotidiana, un ser humano funcional se levanta y afronta su realidad ensangrentada. Sin poderlo evitar, tendría que lavar su rostro y hacerse responsable de sus actos. Iría al templo, hablaría con su padre y se doblaría en una reverencia muy profunda, casi dolorosa, para disculparse; trabajaría, Yi Feng no sería más problema en días.

Arriba, Hajime.

Así, con los labios pálidos, se dirigió hacia la tienda que ya había abierto sus puertas. Allí aguardaba Yuriko, quien pareció ignorar su estado y le recibió alegremente. Menos mal, pensó el de profundo padecimiento en la cabeza. Se sentó ante la mesa, saludó al señor Shiroyama que se adentraba en ese momento y que su tía se dispuso a atender. Entonces vio sus hilos alejarse, alejarse... y el corazón se estrujó. Si miraba a un punto en la pared, era inevitable pensarlo: ¡Pobre señora Kawashima! ¿Con qué clase de remordimiento viviría desde entonces? Él, con sus sandeces, no valía nada entre la gente verdaderamente conflictuada.

La presencia de Shun tras el mostrador interrumpió sus pensamientos. En aquella ocasión portaba un traje de manga corta y su fragancia parecía más concentrada que de costumbre. Hajime supo que no se había bañado, que los pistilos goteaban. Su corazón, sin poderlo evitar, zumbó como abeja alrededor de la flor.

—Me retiro, madre —dijo el más alto tomando la mercancía habitual—. Buen día, señor Shiroyama.

—Buenos días, muchacho —saludó.

Entre pláticas de cortesía, el joven sastre se sentía desplazado, como de costumbre. Era como si tuviese bien merecido que el mundo entero le diera la espalda; después de todo, la noche anterior fue él quien despreció al universo de lunares que había esperado su llegada con el quinqué encendido. ¿Cómo podía ser tan grosero? La víscera parecía regir sus elecciones.

Y en aquel momento, incapaz de preverlo, la mano nívea se posó con suavidad en su hombro. Sus músculos se tensaron, a pesar del alivio que experimentó al recibir la bendición de su roce. Si tan solo pudiera, acariciaría el fino dorso y los nudillos con su mejilla, daría un beso cerrando los ojos y conocería el sabor de Shun... oh, contacto de monstruosa belleza.

—Hajime —mencionó el primo con una sonrisa maliciosa. Ante la docilidad del joven, corrió los dedos hacia su barbilla en un ágil y casi imperceptible gesto—. No olvides beber mucha agua para recuperarte. Buen día.

Y se retiró como todas las mañanas. El cabello le había crecido tanto que incluso sostenerlo con un listón (que, por cierto, había robado de la mesa) le era necesario ya. Las hebras cobrizas bajo el sol avanzaron dejando a su paso un aroma de estrellas, clavo, tomillo, canela y sexo. Hajime observaba con horror cómo su deseo parecía haberse agudizado aquella mañana.

ManjusakaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora