呪い (m a l d i c i ó n)Hajime, con una sonrisa de tonos tanatológicos apenas esbozada, oculta bajo la tela que le cubría medio rostro, apresuró su paso por los callejones mojados y solitarios. En el camino apenas se cruzaba con algunas lámparas que, sin embargo, le perseguían con su luz como ojos que inculpan en la oscuridad. Él bajaba la vista, minucioso, admirando el juego del algodón sobre sus piernas; aquel danzaba al ritmo de su caminar tan efímero como mecánico. Incluso le era posible desconectar la consciencia de sus piernas con la orden de los pasos; así, ¿no eran aquellos pies extraños? Le parecían tan desconocidos como su sexo rabioso, como la sed carmín oculta bajo su lengua. En el pecho, bajo el traje, se escondía también una segunda sonrisa apenas adquirida. Aquella era diabólica y murmuraba a su portador con la insistencia de un cerezo en primavera: «pórtame». El sastre, con su mirada de infante que sospecha escondido tras una puerta, se adentró a la morada e inhaló el aroma a incienso mientras se descubría el rostro.
—Estoy en casa —avisó con la debilidad de sus pulmones.
—Bienvenido —Yuriko le respondió de la misma forma, marchita.
El muchacho se descalzó y anduvo cauteloso, los pies impregnados de lluvia sobre la duela. En el comedor, donde alguna vez halló a su tía en penumbrosa soledad, vio entonces una escena triste a media luz. El ojo curioso llevó consigo en su desfilar por el corredor a una pareja envejecida sentada ante la mesa. Ella, con los párpados hinchados y los labios inyectados en sangre, la vista extraviada; él, en cambio, se mantenía sereno con su atención inmersa en el libro de cuentas. Hajime pensó con rectitud que a pesar de todo la primavera es finita, y que en un mes el invierno azotaría al pueblo con sus nevadas. Las flores, los insectos morirían. Yuriko debería saberlo como todos los habitantes de Japón; que aquellos días no coincidían con el florecer del cerezo, y aceptarlo con madurez.
Sin embargo, el duro pensamiento que acompañaba el crujir de la duela se vio interrumpido por un estornudo masculino que brotó desde la alcoba ajena; mariposa roja revoloteando a su alrededor. Una invitación. El muchacho se detuvo ante la puerta bien cerrada con amable recelo. Después, imitando los pasos serpenteantes de aquel amante descrito por el amigo, se deslizó con suavidad hacia su habitación, ocultó la risa diabólica bajo el tatami, se despojó de las escamas, y caminó de nueva cuenta hacia el corredor en busca de la mariposa.
Con prudencia, con amabilidad, se adentró a la alcoba de su tentación y se sentó en el lecho tibio apenas haciendo notoria su presencia. Vio la lámpara agonizante, el librero, el florero; todos solitarios en compañía. Después observó a Shun estremecerse de fiebre, con los pies desnudos apenas salidos del futón. La nariz irritada e inútil, la boca abierta suspirando por la vida, los ojos lacrimosos y asustados, los cabellos y la piel húmedos de sudor.
—Estás muy enfermo —dijo Hajime acariciándole la frente que hervía. El otro se estremeció con un gemido ante su contacto—. Y no has sido atendido ¿es verdad?
—Mamá llora porque papá se va mañana. No quiero ser otra carga para ellos en un momento tan amargo. —Shun sonrió con tristeza y capturó la mano del sastre entre las suyas. Ante una imagen tan aguda, tan frágil, Hajime fue víctima de una flecha incendiada que atravesaba su corazón—. Además, es solo un resfriado, pronto me re...
E incapaz de terminar la frase, Shun se volvió contra la almohada solo para estornudar con fuerza y suspirar después en un quejido trémulo, carmesí. Adolorido de las costillas, permaneció tumbado con las uñas enterradas en el futón. El sastre miró su nuca, los músculos de su espalda mojada que se transparentaban en la tela, y sonrió cuando escuchó la voz ahogada y avergonzada, que imploraba.
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Manjusaka
Fiction généraleLos últimos recuerdos que Yamada Hajime conserva de su padre se encuentran teñidos de sangre y agonía. De acuerdo a su consejo, para evitar una muerte por melancolía, el joven emprende la búsqueda de unos ojos similares a los suyos en el pueblo nata...