蛇 (s e r p i e n t e) pt.2

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(s e r p i e n t e) pt.2

Cuando arribé a la casona de Matsumoto-sensei, tuve la sensación de que el verdor de su jardín obedecía a designios sobrenaturales. Tan calmado, tan sombrío. Bajo la brisa otoñal del atardecer, envuelto en una bufanda azul como las algas, anduve por aquel sendero pedregoso que dirige a la entrada de su morada. Iba resguardado bajo la sombrilla sostenida por Toshiro-san, chofer de mi amante, lacayo de repuesto, y mi asistente provisional. Ambos admiramos el muñeco daruma que pendía del techo antes de que una sirvienta nos recibiera.

Matsumoto-sensei se hallaba en una de sus acostumbradas tertulias donde figuran hombres tan importantes que incluso me perturba saludar. Pensé en aguardarlo en el recibidor, temeroso de mi imprudencia, mientras admiraba la lluvia a través de la ventana en forma de ojo. Sin embargo, en cuanto fue notificada mi llegada, tanto él como dos artistas que me resultaban familiares insistieron en que me les uniera. Por supuesto, Hajime, imaginarás que para mi desgracia terminé al lado de Yamamoto-san, el hombre de la verruga que aquella noche acarició mis piernas.

Entre todos formábamos un círculo, a media luz, en una habitación inundada por el aroma a incienso. Como para no mostrarme poco cordial apenas llegado, inquirí por lo bajo al hombre que me cortejaba el motivo de la lectura que una pareja, varón y fémina, realizaban en voz alta.

—Son el señor y la señora Ito —explicó mirándome con astucia—. Ella le acompaña el día de hoy para montar una lectura dramatizada de su nuevo relato, ilustrado magistralmente por Matsumoto. 

—¡Oh! —exclamé fascinado, o algo por el estilo.

—Es sobre una doncella; la pobre descubre en su noche de bodas que su esposo es un pervertido. Ahora le lame los pies... como si fuese una serpiente. —Y dicho esto, deslizó su mano izquierda por mi cintura.

Yo le dejé hacer, resignado. Mis ambiciones son grandes, Hajime. De alguna forma debo sangrar en el camino para conseguir aquello que anhelo desde el fondo de mis entrañas. Si lo piensas, todas las bendiciones, las buenas noticias, implican sacrificio. Lo he reflexionado y creo que a las deidades les agrada el dolor humano; si se tiene suerte, te recompensan. Si les encantas, te martirizarán con mayor ímpetu; lo mejor es mantener una distancia prudente, tibia, respecto a ellas. Con esto en mente, me dejé acariciar por aquel hombre repulsivo mirando a la nada, solo para escuchar, entre los comentarios terminada la lectura, lo siguiente:

—¡Maravilloso! Ito-sensei. En verdad tus escritos son de una sensibilidad extraordinaria. Si no mal recuerdo, hace tiempo redactaste un relato de amor entre hombres de profunda belleza similar en su forma al recién leído. El de los lirios... sí, el del estanque y las luciérnagas. En aquella ocasión solo lo compartiste con Norio-san y conmigo. ¡Es una pena que ninguno de estos caballeros lo conozca!

—¡Es verdad! Qué bien lo recuerdas, Yamamoto.  ¿Es entonces que debería presentarlo para la próxima?

—Excelente idea. Creo que este jovencito a mi lado, Yi Feng, podría ayudarte a presentarlo con la maestría que se merece, pues goza de la misma fresca juventud y belleza que el narrador de tu relato. ¿No es así?

Podrás imaginar los aprietos por los que pasé intentando negarme con amabilidad y respeto ante semejante invitación, puesto que de orador mis dotes son por poco nulos. Sin embargo, ante las alabanzas, la presión y entusiasmo que todos me dedicaron, incluyendo a Matsumoto-sensei, me vi obligado a aceptar el compromiso de la lectura. Y los invitados quedaron contentos. En algún instante las sombras se marcharon en sus carruajes, y yo permanecí a solas con mi maestro en la biblioteca. Afuera, la insistente lluvia. Mientras él repasaba con deleite los escritos falsificados que le entregué, le dije:

ManjusakaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora