外国人 (e x t r a n j e r o) --- 血 (s a n g r e)

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外国人 (e x t r a n j e r o)

El hecho de adoptar su alcoba como taller resultó ser, por obvios motivos, una fantasía pueril. Un mes después de su llegada, la tienda de antigüedades y artículos varios adquirió un nuevo tesoro que, aunque relegado en una esquina, parecía llamar la atención de una población más refinada: Sobre la mesa, un apacible Hajime trabajaba con sus telas. Arimura-san y él se dedicaban al cuidado del local durante el día, mientras que caído el crepúsculo la compañía de Shun se sumaba con sus cuerdas y pétalos. Así, no era extraño observar al joven recién llegado muy apurado cosiendo y cortando antes de que el tiempo lo venciese. En ocasiones era necesario tomar medidas, y para ello resultaba oportuno el biombo colocado en el ala derecha del local, que terminó siendo propiedad de Hajime.

Aquella mañana parecía no transcurrir distinta a las otras, habiendo alcanzado una estabilidad de ensoñación. Hajime se hallaba solitario mientras Yuriko atendía a la visita del jardinero para tomar acuerdos. Aquellos instantes de espera velada se habían convertido en el mundo del muchacho. Pensaba en los haikai que Shun le había mostrado mientras las agujas danzaban por sus dedos, deslizando las sílabas en los labios secos. Y entonces resonaba, como en aquella ocasión, la campanilla que refería una llegada enigmática a la tienda. Aquel mediodía, una figura se hizo presente entre la clientela habitual. Era otro jovenzuelo de su edad, quizá menor, de indumentaria grisácea; delgado como un tallo, de estatura media y facciones afeminadas. Los labios de tinte rosa pálido, los cabellos delgados arriba del hombro. En cuanto le vio, Hajime pensó en una flor esqueleto, transparente con la lluvia.

El muchachito se acercó a él y pronunció con voz meliflua, cuyo tono contradictoriamente brusco era difícil de adivinar:

—¿Y Yuriko?

—¿E-eh? —Hajime apenas podía creer lo que sus oídos percibían. Tanta desfachatez e irreverencia lo dejaban congelado sin saber cómo reaccionar o replicar. Ahí estaba ese adolescente mascando una ramita mientras observaba sin perturbación alguna los ojos bien abiertos del joven conservador, mayor que él. ¿Y el saludo? ¿Y el respeto? Ni siquiera entre familiares resultaba correcto tratarse con tan poco tacto.

—Sí, Yuriko Arimura-san, ¿dónde está? —si le escuchaba con mayor atención, el extraño, aunque lo hacía con fluidez, parecía hablar con un acento extranjero. Hajime podía comentar tanto al respecto que, mientras ordenaba sus pensamientos, el otro le robó la palabra—. Oye... ¿te conozco?

—No lo sé, lo dudo. —Se apresuró a decir en su defensa. Él no trataba con gente de clase baja.

—Es que tu cara me parece familiar. —Ambos aguardaron un instante—. Oh, espera, ¡ya sé! ¿Cómo te llamabas? ¿Hajime?

No puede ser, pensó el aludido.

—Eh, sí, ese es mi nombre, pero...

—¿Me recuerdas? Hacía mucho tiempo que no te veía. ¿Estás de visita o has venido para quedarte? —De pronto, el joven de gris parecía muy animado y complacido con su presencia. Pero a Hajime, de alma arisca, pajarillo acostumbrado a su jaula dorada, le resultó imposible reaccionar de forma amigable o siquiera noble.

—Yo... no, no le recuerdo —declaró con frialdad—. ¿Qué se le ofrece?

—Oh, es una verdadera lástima. Mi nombre es Li Yi Feng, mucho gusto, señor. —En la reverencia había una mirada juguetona, incluso pícara.

—Ah, sí. Yamada Hajime. —Apenas se dignó a presentarse, dispuesto a marginar al visitante que, por cierto, ya distinguía como chino—. Llamaré a Arimura-san para que venga a atenderlo.

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