秋 (o t o ñ o) --- 酔っぱらい (e b r i o)

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(o t o ñ o)

La presencia paterna fungía como la vara que endereza la rama cuando se desvía; un baño de menta, el viento otoñal del nuevo día tras una noche en susurros prohibidos. Todos parecían funcionar con ademanes armónicos alrededor del alma serena. Shun permanecía sospechosamente mayor tiempo en la morada; incluso en algún momento ocupó el puesto de Yuriko y se encargó de la tienda junto con su primo, mientras la dama se dedicaba al arreglo del jardín. Hajime, por su parte, fue tomado en cuenta por primera vez durante la labor del libro de cuentas. Le fue permitido escribir, mientras el amante velado deslizaba los dedos por el ábaco con la misma delicadeza que por el koto. Una puerta se abría. Tres pilares masculinos ante la mesa, con el humo del tabaco flotando hacia el techo.

El tío, a su llegada, había sorprendido al sastre con un arsenal completo de telas de mil colores y estampados, junto con la sonrisa en mímesis de quien alguna vez le hubo felicitado por sus creaciones. Asombrado, experimentando una profunda gratitud en su corazón, pasó la noche entera observando la calidad de los grabados, de los hilos. Imaginaba los hermosos cortes que realizaría en cada superficie floral; incluso el algodón cálido le fascinaba. Sabía que en algún momento sus clientes comenzarían a refugiarse del otoño... tal vez podía rendirle hasta el invierno. Y Shun, fumando en insomnio, con la pierna cruzada y la espalda contra la pared de madera, le dedicaba la fiel sonrisa del amanecer. Entre sombras, fingían no observarse... más que en contadas y efímeras ocasiones.

En solitario, Hajime era presa de una cordura punzante provocada por la rutina. Se percataba en angustia de su situación; de cómo aquellos primeros días no podían regresar. Dolía, sí. Seguía ardiendo. Las heridas de la mano fungían como acusaciones, un recordatorio del sangrado interno. En una danza de abanicos, máscaras y diálogos musicales, los dos actantes jóvenes realizaban sus movimientos en aparente secreto. De alguna forma, el sastre se percataba del cambio rojizo en el aura cuando Shun fungía como el centro de la casa... aquella semana, doblegada la higanbana, fue tan tranquila.

Pero, aún con eso, el primo no dejaba de inclinar su ademán teatral hacia Hajime; y tras puertezuelas de papel, entre un juego de marcos y medios rostros cubiertos por el abanico, ambos obedecían al llamado de la flor. Shun buscaba el roce ajeno, suspiraba ante sus labios. Y el otro, sobrio, reflexionaba: ¿No eran aquellas descaradas técnicas de seducción? ¿Desde cuándo? ¿No contradecían esas caricias la tradición, las mismas acusaciones a la impureza de Yi Feng? ¿Cómo podía siquiera mirarlo al rostro cuando en su mente continuaban aquellas imágenes del pecho con sanguaza?

Aquel séptimo día, el penúltimo del hombre mayor en casa, Hajime hizo entrega del regalo frente a todos. Era el cumpleaños de Shun, y la festividad aconteció. Los hombres bebieron, mientras la fémina recordaba sus habilidades por poco olvidadas en el koto. Cuando el más hermoso ante la mesa se probó el traje oscuro, estampado con lo que parecían los colores de una furiosa primavera, entre todos decidieron que solo debía portarlo en situaciones especiales. Lo usaría durante el próximo festival, y Hajime debía confeccionarse una prenda propia con las nuevas telas recibidas.

Todos reían. ¿Por qué solo el corazón del sastre se estremecía?

De regreso a su alcoba, un Hajime medio ebrio presenciaba tumbado en el tatami cómo su compañera se marchitaba. Poco a poco perdía el color, los pétalos comenzaban a desmayarse. Y aun con todo, era posible observarla refulgir al crepúsculo y luego bajo la luna. Después de todo, la araña roja se las había arreglado para adentrarse a su espacio íntimo. ¿Era acaso esa semilla extraña con sus primeros brotes una higanbana que crecía en sus entrañas?

Guárdala, Hajime. Y si mañana tus vivencias se tiñen de carmín... deberás agradecérmelo.

¿No su vida ya había sido teñida de rojo desde la agonía del padre? ¿Era correcto continuar disimulando todo aquello que le incendiaba? El silencio solo podía colocar sus manos alrededor del cuello frágil y presionarlo. Los días se tornaron lastimosos; la vorágine roja lo tragaría completo si no hablaba, si no expulsaba aquellas pequeñas ramificaciones...

ManjusakaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora