鬼 (d e m o n i o) --- 鳥 (p a j a r i t o)

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(d e m o n i o)

Fue aquella mañana a finales de otoño que, por segunda ocasión en un intervalo de diez soles, Arimura Shun despertó con los muslos humedecidos. Se enderezó entre las sábanas, con un asombro genuino ante los tonos sepia de su alcoba. Aquellos le recordaban a los de una caja de madera diseñada para guardar insectos disecados, y se sintió uno de ellos cuando deslizó sus dedos por la entrepierna mientras miraba a su alrededor. De alguna forma, era incapaz de reconocer por completo el mismo espacio de siempre; incluso la luz se había tornado siniestra. Sus ojos como la miel no cesaron de mirar hacia la ventana, sospechando, mientras se acariciaba el sexo con la mano perezosa. Finalmente, esbozó una sonrisa de ironía ante su propia indignación. Sí, era innegable, la profanación era... Silencio. Bajó la vista, una línea roja casi imperceptible se dibujaba en su muñeca, un nuevo cardenal reposaba sobre la rodilla izquierda; acarició la suciedad viscosa de su cuello y reconoció un sabor ajeno en su boca. Semidesnudo, se tumbó sintiéndose vulnerable, rendido, precisamente él, Shun, el temible y gran mujeriego.

Un suspiro. Por segunda ocasión había sido burlado.

Evocó el aroma. Procuró descifrar, mientras contemplaba el cúmulo de sangre en la pierna, cuál sería su sitio entre los seres que habitaban sobre aquel globo terráqueo que alguna vez halló en la sala de una señorita adinerada. Por supuesto, no se identificaba con todos los entes; no los gusanos ni los cerezos, por ejemplo. Habría de considerar solo a aquellos que portasen una flor hambrienta entre las piernas... como él, como Hajime, Yoko... esa señorita que caminaba en el mercado envuelta en vendas y seda, una vez más. Shun se comparó con todos los cuerpos vulnerables y hermosos, fáciles de amordazar; y vio con repulsión a su alma en medio de todos aquellos espíritus quebrantables, tan sencillos de amedrentar. Si cerraba los ojos, pensaba, quién sabe por qué motivo oculto, en cuántos asaltos silenciosos habrían ocurrido la noche anterior, en cuántos crímenes punzantes florecerían entre penumbras, en solitario, mientras el pueblo se sumía en un silencio de aparente inocencia.

Incluso si por vez primera experimentaba un soplo de extraña calidez en su corazón, algo similar a una primavera desfigurada, como un enamoramiento precoz, se lo preguntaba. Como si hubiese sido cogido de la mano por un imperante anhelo, se levantó y anduvo dando suaves pasos hacia el pozo. La luz que se quebraba entre sus dedos, la respiración dificultosa en la mañana, el tacto bajo los pies, le recordaron que estaba vivo y no atrapado en un sueño de otoño. Sí. Después de arder la piel al contacto del agua, con los vestigios que la reciente enfermedad había abandonado en su cuerpo, ató a su pequeña cintura su viejo hakama, acomodó las hebras castañas, se remojó los labios y anduvo cauteloso hacia el comedor.

Ante la mesa, contempló al otro mancebo reposando cual lluvia nocturna en la mañana, reflejo melancólico, con su mirada negra eternamente extraviada en las nubes grisáceas del jardín; acaso en la hojarasca o en su propio plato. Víctima de inevitable malicia, el más bello de los dos barrió con refinada violencia la puerta que daba al vergel y cegó así del paisaje por poco invernal al otro. Hajime, sin remedio, lo avistó por breves instantes y luego bajó su mirada al único arroz atrapado en los palillos rojos, aquellos que apenas sostenía con sus manos de enfermo. Incluso en la mañana, el panorama entre sepia y grisáceo se apoderaba del aire y de los corazones.

Yuriko, la muñeca de papel apartada en una esquina, también parecía extraviada; se tornaba invisible porque era mejor fingir que no existía a contemplar su miseria. En días como aquel, en los que Shun sentía las palpitaciones de su pecho como dos carpas que jugaban a despedazarse entre sí con púas en sus aletas, el olor a muerte le molestaba. ¿Por qué todos se marchitaban? ¿Por qué nadie compartía su violencia? ¿Por qué él vivía atrapado en un eterno estío, mientras los demás caminaban hacia el invierno?

ManjusakaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora