抱擁 (a b r a z o) --- 王子 (p r í n c i p e)

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抱擁 (a b r a z o)

Una vez tendido en el futón, el pobre Hajime se limitó a escuchar los rumores de la noche. Con sus ojos cerrados y brazos extendidos pretendió hacerse uno con la débil sonata del viento y el canto de las cigarras; aquel susurro propio de la oscuridad a medias, de las estrellas y los árboles. Con los ojos en penumbra, procuraba comprender las violentas emociones que le habían agotado y mareado tanto; como quien realiza un gran esfuerzo físico. Incluso más. El reciente desgaste emocional que cargaba en el ombligo de su alma le tenía febril, desmayado, como un fuego artificial que, recién encendido, aguarda el momento indicado para estallar.

De pronto, quizá, aquella confusión en forma de voluptuosos labios de seda resultaba más soportable que el luto; tonterías vergonzosas de muchacho que jamás narraría a nadie y esperaba su padre no adivinara estuviera donde estuviera. De igual forma, qué lío. Hajime pensaba en la profunda admiración que le provocaba su primo. A decir verdad, no embonaba en absoluto con las pueriles expectativas que se había planteado respecto a él. ¿Desde cuándo era tan alto y esbelto? ¿En qué momento decidió dejarse crecer las hebras castañas? Aunque Hajime divisó en el mar caótico de sus pensamientos la probabilidad de una tracción física o, peor aún, romántica, en cuanto vio los dedos de aquella idea deseando ser rescatada, de inmediato procedió a patearla y hundirla por completo. Es decir, esas perversiones eran dignas solo de los hombres insensatos, y él había sido criado como un hombre recto, un buen hijo... no un desviado o algo parecido.

Y fue en medio de aquel aturdimiento que ocasionaba su debate interno, cuando una voz masculina susurró su nombre. Adormilado, Hajime se enfrentó a una luz que provenía de la puerta. Aquella sombra larga aguardaba su recibimiento. Con cautela, cual gato que desliza su cola de lado a lado en delicados pasos, el muchacho se levantó y barrió la madera para toparse con Shun, quien sostenía con los dedos una lámpara y con su boca remojada intenciones desconocidas. Hajime se encontró de pronto con el motivo de su intranquilidad, y el corazón, eterno traidor del hombre, le delató una vez más.

—Hola, buenas noches —dijo Shun con una amable sonrisa—. Vine a verte. ¿Puedo pasar?

—Uh... claro, adelante. —El más joven, por supuesto, no se fiaba del antiguo traidor.

La habitación rápido fue impregnada, penetrada con esa radiante aura de incienso y flores que acompañaba al primo a donde caminaba. Shun examinó el espacio con sus ojos dorados y, acto seguido, se sentó en el tatami con la actitud juguetona propia de un niño.

—Y... bien, ¿qué hacías antes de que llegara? —Para Hajime, observar a media luz aquella silueta tan despreocupada, con los cabellos alborotados y el hombro izquierdo descubierto, se trataba por poco de una agresión.

—Estaba conciliando ya el sueño —replicó tajante, sentándose ante él con la mayor naturalidad posible.

—¡Oh! —Los orbes brillaron desilusionados—. Entonces vine en un momento inoportuno, lo siento. Solo quería ponerme a tu disposición. Si necesitas algo, no dudes en decirme. Si un día deseas salir a dar un paseo... conozco lugares que podrían agradarte. —Aquella calidez en su voz impidió que Hajime mantuviese por mucho tiempo la actitud hostil.

—Ya veo, gracias. Lo consideraré.

—Y, bueno, también quería darte mis condolencias. —Shun volvió a colocarse en pie, abandonando las intenciones de permanecer allí.

Por supuesto que el castaño expresó su pésame con palabras escogidas difíciles de pronunciar. Sin embargo, aquel esfuerzo quedó hecho polvo cuando el auténtico gesto reconfortante se hizo presente. Después de un torpe silencio incómodo en que ambos reconocieron las facciones apenas iluminadas del otro: pómulos, labios, nariz, Shun dejó ir su mano hacia el hombro de Hajime con delicadeza. Aquel primer roce hizo vibrar los lirios en sus entrañas. Después, el encuentro íntimo solo fue necesario e ineludible. Ambos quedaron envueltos en un abrazo de fiebre palpitante.

El más alto, guardaba emociones misteriosas, únicamente reconocidas por él. Hajime, en cambio... experimentaba el encuentro ante algo desconocido, algo sin nombre, inmenso, oscuro. El tiempo se detuvo, cómplice, para admirar el calor que emanaba el cuerpo de Shun, y aquellas raíces nacientes de Hajime, que desde entonces comenzaron a enredarse en las piernas del otro, mientras se hundían en la noche estrellada.


Y los sueños oscilan entre flores, muslos y clavículas desnudas.

Rápido en llegar, eterno en desaparecer.




王子 (p r í n c i p e)

Los días transcurrían lentos en la ventana. Una hoja cayendo. El sonido de la tímida llovizna vespertina. El tacto de pasos sobre la madera. Unas pestañas que revolotean por primera vez al amanecer. Para Hajime, aunque intentase con todas sus fuerzas lo contrario, aquello yacía impregnado de una esencia lejana, ajena e incomprensible.

Dueño de un espíritu tan joven que ardía en las costillas, descendía por una espiral de cambios tanto internos como externos que solo se sentaba a contemplar como quien admira la primavera en el jardín o acaso como el testigo mudo de un crimen injusto. Paciente, enjaulado, se dedicó a observar imágenes de cruel e inalcanzable belleza mientras resistía la ineludible melancolía de un enlutado. Dichos cuadros durante el día hacían más tolerable aquel encierro del que comenzaba a hacerse víctima sin percatarse siquiera, con el vaivén de su voluntad cristalina. Eran los labios rosas y carnosos de Shun, riendo y degustando con delicadeza el arroz en una pequeña vasija verde que sostenía con cuidado entre sus largos dedos. Era la silueta luminosa y elegante, de curvas, orillas y esquinas talladas con gentileza.

Su familia sugería: Descansa un poco más si lo necesitas, no te preocupes. Nosotros te comprendemos. Entonces Hajime tomaba un libro y se sentaba bajo el árbol del jardín en compañía de su similar. Ambos conversaban acerca de simplezas; recitaban haikai, compartían experiencias y anécdotas empañadas de tonos pastel. Tumbados, admiraban la luz colándose a través de las ramas y los dedos. En realidad, eran más parecidos de lo que creían. Compartían el misterio del aroma único, algunos de sus lunares coincidían, sobre todo en los dedos, y la sensibilidad ante el arte los mantenía discutiendo por horas sobre valores estéticos. En ocasiones, Shun tomaba su koto y tocaba algunas melodías que arrullaban suavemente a Hajime en el crepúsculo de tonalidades violáceas. Sus uñas resbalaban por una gama de cuerdas que entre vibraciones y mariposas tejidas en movimiento, mesmerizaban al gato ingenuo que atrapado en el cuerpo de un muchacho miraba al instrumento con una atención cercana al culto.

El más joven aguardaba aquellos momentos de ensoñación durante la mañana, en las sombras, fiel, mientras el de cejas gruesas y cuello largo salía para la venta de especias y tabaco. Admiraba su cintura estrecha y resistente; los brazos gráciles, la voz madura y melodiosa, un poco opaca, y la mirada que intimidaba al tiempo que seducía. Desde algún instante, Hajime comenzó a ayudar a Shun a calzarse con mayor gracia sus vestiduras. Y así, casi como un sirviente, dedicaba su acto y pensamiento a la devoción de un príncipe floral cuya figura incluso entre sueños asechaba.


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Artista: Hakuho Hirano

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