運命 (d e s t i n o) --- 体 (c u e r p o)

585 83 44
                                    


運命 (d e s t i n o)

Era posible distinguir ya a ese corazón que se transparentaba a través de la piel cual pergamino; en él reposaban dos pequeños orificios, cicatriz de colmillos pertenecientes a una víbora, que poco a poco supuraban amarga pus para quien lo lamiese. En el rostro de muñeca, una sonrisa sutil. Hajime trabajaba con sus hilos, pretendiendo no escuchar el correr de la puerta del jardín hacia la habitación de Shun. Por su mente todavía reptaban los murmullos de aquella noche al lado de Feng; veía las manos esqueléticas muy atentas con el pincel deslizándose sobre su carne convertida en sensibles llagas. Oh, los azotes entre sueños. Los suspiros, los susurros en el baño público esa tarde en que exhibió la espalda desnuda, hincado sobre la tarima. El agua escurrió negra; los ojos admiraron el arte pasajero, ya corrido, sin atreverse a inquirir. De alguna forma, sin saberlo, habían sido los únicos espectadores de una noche irrepetible.

De la misma forma en que el líquido lavaba la tinta, los gemidos en aumento provenientes del sitio ajeno alejaban y distorsionaban los recuerdos de satisfacción. En su lugar, veía la higanbana abrir sus pétalos de araña en un crujir que perforaba. El odio, retornando; los celos, cada día más domesticados a pesar de su creciente ferocidad. Hajime suspiró, incapaz de trabajar. Un ocaso marchitaba en azul; aquel color frío y opaco distintivo del otoño que abría con mayor intensidad en su crueldad contra las flores... y habitantes como aquel sastre, por supuesto. Lluvia ceremonial.

Resignado, se puso de pie y anduvo con ambas manos nerviosas entrelazadas. Las mangas del yukata verde grisáceo cubrían los ranúnculos de cicatrices que día con día se evanescían. En el pasillo de duela, deslizando los pies, escuchó una locución desesperada que pretendía brotar en forma de murmullo... mas la fuerza, en medio del goce, le hizo estallar como alarido.

—¡Ah... incluso si duele, soy tan feliz!

Risas de serpiente. Los pies descalzos se detuvieron. El rostro delicado, en crecientes penumbras, tornó en dirección del grito. Tan siniestro. La rama Hajime permaneció imperturbable a pesar del viento. Solo el entrecejo fruncido con suavidad develó las emociones verdaderas. Sin intenciones fijas, continuó su peregrinación hasta hallar una imagen aún más sombría. Yuriko continuaba en casa; yacía sentada en el comedor, apoyada ante la mesa. Hajime se asomó para reconocer a una mujer avejentada, con la lámpara muerta a un lado y las manos agazapadas a una taza de té que se enfriaba con el tiempo. La mirada perdida, una expresión vacía.

El sastre, percibiendo un aura íntima de sentimientos silenciados, se acercó a la tía y se sentó ante ella. Apenas despierta del letargo, aún con los ojos sin brillo, se volvió hacia Hajime y le ofreció una sonrisa magullada que pretendía ser tan amable, cotidiana. Aquel gesto dolía, era capaz de presentirlo. Y él, movido por la curiosidad, por su propio hartazgo, formuló una pregunta que solo ella podría responder:

—¿Es esto necesario?

Yuriko comprendía. De alguna forma, compartían la espina y con ello aún la sugerencia más nebulosa se tornaba nítida. Además, al muchacho le sobraban mociones para protestar.

—Hajime —pronunció con la voz paulatina, grave y cansada propia de una madre—, tú, cuyo dolor luctuoso nunca podrá compararse con mi necia zozobra, has de pensar ante mis motivos que soy una mujer torpe... débil, quizás.

El muchacho negó con la cabeza, medio rostro cubierto por la cascada de cabellos. Recordaba haber escuchado aquel discurso antes, mientras compartían reflexiones en el jardín. Ella en verdad mostraba un desprecio por su existencia, que Hajime no sabía si distinguir como falsa modestia o acaso legítima miseria. Lo que fuese, terminaría volcado en la segunda rama. Un suspiro ajeno.

ManjusakaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora