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No me gustaba estar lejos de el, ni que me dijera que podríamos sentirnos cerca al mirar la luna. Simplemente era imposible, el vería el sol a la hora en que yo miro la luna, y viceversa.

En todo caso, el vería siempre el lado brillante de aquel satélite natural, yo siempre miraría el lado oscuro. Y así seria todo el tiempo,  el feliz optimista estaría enamorado de una triste pésima. Cada uno seria de los dos polos.

Eso si me gustaba pensarlo. Que al menos nunca seriamos como lineas paralelas  o tangentes. Al menos cuando volviera, la atracción magnética a sus labios permanecería constante. 

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