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Hoy me levanté y sentí que la rutina era lo más especial del mundo. Sentí cada movimiento, cada paso, cada mirada y cada bocado. Fue extraño, sí; pero fue diferente, algo tan común fuera de lo establecido, se sintió nuevo, hechizante.

Cuando caminaba sentía que danzaba junto con la brisa de la mañana y que a su vez me encontraba en un duelo contra la gravedad. Un pie, luego otro. No había más, me sentía fuera de mí, como una marioneta con todas sus lecciones aprendidas pero sin saber verdaderamente a donde iba. Las cortinas se hondeaban deslizándose entre mis susurros mientras que las ventanas seguían mis pasos.

Todo parecía tan correcto, pero siempre cometo los mismo errores.

Él me asaltó y me grito que había miedos, había dudas y una espalda con cicatrices incontables provocadas por una mano torpe y cruel a la vez. Errores que no quisieron serlo, que nacieron como aciertos y un mal uso de la razón o de la palabra les condenaron a ser negligentes. Y entonces se acabo todo, las fuerzas se evaporaron, acabe en el suelo.

Me arrastre, abrí los ojos y miré hacía dentro.
Me visité en la cima de mi ser, entre las miles de derivaciones y neuronas que tejían mi forma de pensar, de ver, de sentir. Logré recordar que me había citado con la conciencia, al llegar nos miramos a la cara tras mucho tiempo sin hacerlo. Me recordó que uno puede llegar a ser injusto consigo mismo, serle infiel a al pasado que tanto tardó en olvidar, que podíamos defraudar al niño que te mira desde la esquina de tu habitación, esperando que su versión posterior sea una evolución llena de nuevos comienzos y no un cúmulo de tropiezos.  

Si supieras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora