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Cuando la miraba, sentía una mezcla rara entre dolor y deseo. Dolor porque la inocencia que aún encontraba en sus ojos le recordaba todas las cosas horribles que había hecho a lo largo de su vida, los actos que los distanciaban y que no podía cambiar. Y deseo porque ella era suya. Solo suya. En su cabeza no existía otra posibilidad. ¿Quién más podría quererla como él lo hacía? De un modo ciego e incondicional. En cuanto tropezaba con su mirada, el resto del mundo parecía desdibujarse y solo era capaz de pensar en tocarla, besarla y lamer y morder cada centímetro de su piel...  

  

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