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Con los ojos cerrados y emitiendo pequeños gemidos entrecortados, sus labios se estremecieron cuando me besó. No habría sido capaz de diferenciar las lágrimas del agua que le resbalaba por el rostro, pero supe que la amaba cuando me di cuenta de lo mucho que necesitaba verla tan increíblemente abrumada. Y acto seguido, casi al mismo instante, con una punzada que me dejó el corazón helado, caí en la cuenta de que si el amor de ella por mí llegaba a enfriarse alguna vez, me destruiría por completo.  

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