Capítulo 5: Dos Caminos.

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Al día siguiente, sin embargo, Terrador apenas sonrió. Las cosas fueron de mal en peor desde el desayuno en la Plaza Central. En el centro de la ciudad, que aquel día estaba de un neutral color celeste repleto de nubes esponjosas, y los diversos edificios, anteriormente destruidos, estaban como nuevos amontonados de gente. Ellos entraban, guardando provisiones como carne de alce, carne de vaca, algodón, madera de árboles y gemas. Terrador tuvo el tiempo de agarrar un filete crudo. Luego, se sentó, al lado de un pequeño matorral, que era de su mismo tamaño, y vigiló, con ojo de águila, a los civiles. Poco después, llegó Cyril, que tenía amarrada a la cintura una mochila de cuero y junto un topo, llamado Padat, siguiéndolo. La frialdad con que él dijo «buenos días», hizo pensar a Terrador que todavía le reprochaba la manera en que había llegado la conclusión del tema anterior. Volteer, por el contrario, los saludó alegremente. Volteer traía también una mochila pequeña, pero de su interior resaltaban muchos pergaminos.

— Sus armaduras estarán listas en cualquier momento —Comentó Padat, con el que Terrador no había hablado nunca—; supongo que el viaje que tendrán será largo, van a tener las mejores y más resistencia del mundo.

Efectivamente, Terrador acababa de empezar su carne cuando un pequeño grupo de topos penetraron con un gran estrépito la puerta del edificio del frente, llevando una carriola con armaduras, que brillaban ante la poca luz del sol, y pararon delante de los dragones.

Un topo gris, bajo el nombre de Raleos, extrajo un yelmo de la carriola para mostrárselo a Volteer, mientras que un topo peludo negro, cuyo nombre era Manse, sacó un guardabrazo, enseñándoselo a Cyril.

— ¡Fenomenales, maravillosos! —Exclamó Volteer, sujetando el casco con la garra, Raleos se retiró, regresando a la carriola.

— ¡Las hicimos con los mejores materiales que teníamos! —Respondió Manse, con una voz tan complicada en su peludo rostro—. ¡Es un viaje largo! Y por eso nos aseguramos que resistieran hasta balas de cañones.

— Van a necesitarlo —Comentó tranquilamente Terrador, mordiendo un pedazo del filete.

— Tienen una textura muy apegada a nuestros elementos, no cualquiera lo hace —Felicitó Volteer, entusiasmado.

Regresó el casco a la carriola. Cyril indicó con el ala al topo que tenía delante para que pusiera aquella armadura de regreso a su lugar. Al instante, Manse obedeció.

— Es un honor y orgullo que le fascine —Dijo Raleos a Volteer, respetuoso. Mientras le resplandecían sus pequeños y redondos ojos —. Si lo deseas, podemos construirles algunas lanzas.

— ¿Lanzas? —Repitió Volteer, y el corazón se le brincó un poco al recordar como las armas blancas, que tenía Ignitus guardadas en el templo dragón, fueron destruidas.

— No hemos utilizado ninguna arma, generalmente luchamos con el cuerpo —Agregó Terrador, con gusto.

— ¿Creen que realmente necesitaremos armas? —Preguntó Volteer, tanto a Cyril como a Terrador.

— No lo sé —Respondió Terrador, frunciendo el entrecejo—. No fuimos capaces de derrotar a Golem, y, con todo lo que pasó, eso me hace sospechar que quien quiera que nos atacase debía de ser..., bueno..., un monstruo.

Los presentes intercambiaron miradas nerviosas.

— Pero ya les dije que nada las destruirá —Añadió el topo Padat, revolviendo el contenido de la carriola—. Ni tal monstruo ni tal isla podrán hacerlas añicos.

— Pero, jefe —Comentó Raleos—, y si el responsable tiene el auténtico poder de controlar magia oscura, o convertir a cualquiera en cristales, es suficiente para derrotar a dos dragones, ¿no?

La Leyenda de Spyro: El Reino de Éter [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora