Capítulo 18: Ojos de Cristal

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La tarea de averiguar los secretos de Magnus se estaba prologando todo el día y hasta bien entrada a la tarde. Los movimientos de manos y garras del grupo habían desencadenado un arranque de ruidos de páginas pasándose de un lado a otro. Spyro (quien no estaba seguro si comprendía del todo bien la tinta casi borrosa de las hojas) ya había encontrado dos dibujos que había visitado antes; La Forja de Municiones (según Magnus, era una zona para aprovechar los recursos del volcán) y el Pantano, aunque este último le había resultado un poco incoherente, porque no era parecido al que había sido criado de pequeño. El pantano del dibujo tenía menos hongos, poca vegetación, más edificios y con una notita en la parte inferior que decía: «HOGAR DESTINADO PARA SOLDADOS». Entonces Bianca, que estaba con un grosor de hojas en la mano derecha, le aclaraba que los Ancianos Dragones debieron de registrar esa zona para construir el Templo Dragón hace miles de años, y Spyro mostraba más interés al grado de que abría más los ojos, sonreía más y movía mucho la cola, decidido a leer todo lo que había averiguado el autor e irónicamente no lograba hallar siquiera una pista de su pasado, pero no se daba por vencido ante la frustración. Por otro lado, en una montaña de papel, Bianca continuaba recolectando más y más hojas cada vez que las terminaba de leer a una velocidad que hacía gritar de asombro tanto a Spyro como a Cynder.

—¿Naciste leyendo o algo así? —Preguntó ésta, boquiabierta, a Bianca.

Ella abandonó lo que leía y subió los ojos para mirarla fijamente.

—¡Son uno de mis pasatiempos! Buscar un buen libro después de un duro día ayuda a relajar la mente, además de que te aumenta la velocidad al leer.

—¡Fabuloso! —Opinó Spyro—. ¡Voy a esforzarme mucho para igualarte, Bianca!

—Te enseño mi biblioteca que tengo en mi habitación cuando terminemos. Ahí guardo cientos de libros que te sumergirán en un mundo maravilloso de aventuras. ¡Lo van a disfrutar! —Aseguró ella, maravillada.

Pero Cynder no opinaba como ellos. Horrorizándose al imaginarse en una biblioteca custodiada por aquellos hechiceros, los mismos que pudieron dejarla en coma en aquella cámara, que se reían con malévolas voces que eclipsaban su llanto de auxilio, porque se estaba ahogando en una montaña de libros, sumergiéndose mientras que su garra, buscando algo con que agarrarse, era lo único que estaba afuera, alumbrada por una luz. Pero nadie acudía.

—¿Te encuentras bien, Cynder? —Le preguntó de pronto Spyro, que se puso muy cerca de ella. Le tocaba mejilla con una garra.

Cynder parpadeó, como despertando de un trance, y lo vio. Spyro estaba con el ceño fruncido. Inclinándose más a la derecha, observando atrás de su púrpura amigo, veía a Bianca tener la misma expresión mientras sujetaba una copa de jugo.

—Lo estoy, pero por lo que más quieran, no me involucren —Respondió Cynder con horror. Ahora ya no le apetecía leer, pero lo hizo porque no tenía nada mejor qué hacer, aunque con mala cara.

Como si aquello fuera lo más normal del mundo, Spyro y Bianca se encogieron de hombros cuando compartieron una mirada y volvieron a leer, con decisión en sus rostros.

—Qué más escondes, Magnus... —Susurró Spyro, dándose ese desafío, y revolvió los frágiles papeles escritos con sus patas teniendo cuidado de no rasgar ni una con el filo de sus garras amarillas, inconscientemente patinando sus ojos sobre ellos de derecha a izquierda, a una velocidad de espejo—. ¡Oh!

Al haber echado a un lado todo lo que no le había atraído ni aunque relataran curiosidades del mundo, Spyro había creado una montañita de papel en su lado izquierdo. Se inclinó, acercándose a la pata de Cynder, que daba un bostezo. Había cientos de diferentes dibujos esparcidos, como un rompecabezas desarmado, de monstruos de frente y de perfil con flechas de tinta marcando sus partes. Spyro, queriendo atreverse, dudó enseguida. No sabía cuánto tiempo quedaba antes de que Bianca dijera que ya era hora de partir, aunque ella, según le pareció, estaba de lo más campante dando sorbos de jugo mientras leía, y se fijó que al otro lado de las ventanas aún era de día, así que supuso que no tendría ningún problema.

La Leyenda de Spyro: El Reino de Éter [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora