Capítulo 12: La Nueva Aliada

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— Un error. Verdaderamente estúpido. Fue una ridiculez que los trajeras aquí, en nuestro hogar virgen de ataques. ¿En qué pensabas, Bianca? Menos mal que llamé a la Armada de Cabras, de lo contrario...

— Te agobia tus miedos, Zoe, estoy perfectamente bien, y te dije que no lo hicieras.

— ¡Ellos iban a matarte! ¡Si miras flores a tu alrededor, ignorando la verdad, Witchenly caerá en ruinas por culpa de los dragones que trajiste!

— Por una vez en tu vida, Zoe, confía en mí. Todo se va a solucionar, aquí y ahora.

— ¿Pero ellos confiarán en ti? ¡No me hagas reír! Ese dragón te ha destruido, sin pizca de compasión, tu túnica favorita.

— Lo reparé con magia. Y vale la pena arriesgarse, Zoe, o nunca podremos alcanzar nuestros objetivos. Y siento que se los debo, porque lo que hicimos fue descarado e innegablemente deshonroso.

— ¡Fue una orden!

— ¡Te recuerdo que había protestado! Me forcé en discutir con él, pero no quería escucharme. Al llegar de su viaje a la superficie, debió de ocurrirle algo terrible para que comenzara a pensar así. Me angustia que crea que recurrir a las artes oscuras sea la solución a nuestros problemas, y los otros parecen apoyarlo. ¿Esperas que Witchenly se convierta en un imán de criaturas peligrosas si llegará a pasar eso? No, juro que lo voy a evitar, y les demostraré, hoy mismo, que los dragones siguen siendo nuestros aliados, a pesar de todo... Nuestros oídos dejaron de saber de ellos por décadas... No consigo imaginarme las terribles cosas que tuvieron que pasarles, luchando y perdiendo a su propia especie en cientos de guerras.

— Eres demasiado incrédula, Bianca. ¿Olvidas por qué ese dragón púrpura de mala cara hizo lo que hizo? Porque sus iguales lo movieron al borde de la locura, por eso.

— Lo sé. Pero ¿es justo para ellos que nosotros le quitemos lo último que pudieron salvar? Mire por dónde lo mire, fueron insensatos las palabras de mi padre. Y ojala pudiera que los demás vieran lo mismo, al menos uno, pero nadie quiere reconocer que manipular el legado de criaturas, que están tocando la extinción, está mal. ¡Me dará un ataque si no encuentro por qué está pasando esto!

— Calma, calma..., si no respiras hondo, Bianca, tendré que darte un golpecito con mi varita. Ya sabes lo que pasa cuando lo hago.

Spyro escuchaba acostado, con los ojos cerrados. Estaba completamente aturdido. Las palabras que oía parecían viajar muy despacio hasta su cerebro, de forma que le costaba un gran esfuerzo entenderlas. Sentía sus miembros como si fueran de plomo. Sus párpados eran demasiado pesados para levantarlos. Quería quedarse allí acostado, en aquella cómoda superficie plana y lisa, para siempre...

— Todavía me resulta complicadísimo de creer que este caso se llevará a cabo... Admiro que seas convincente, pero... ¿Realmente podrás que dos lagartijas poco fiables sean aceptadas por la ciudad, Bianca?

— ¡Por supuesto! Bueno, más o menos. Soy buena improvisando, de seguro mis ideas fluirán mejor cuando esté bajo presión.

— ¡Tuviste todo un día para pensarlo! Y sin embargo, tu propio padre invitó personalmente a alguien que desmoronada tus objeciones...

— Así es, y me da muy mala pinta ese invitado. Hablé con él, obsequiándole un té de bienvenida, y le preguntaba de su vida, pero me respondía con sonrisas tuercas, una carcajada rota y una mirada que me indicaba que, con pelos y señales, tiene una mente tan torcida como su cara desliñada.

Hubo una pausa. El cerebro de Spyro parecía funcionar un poco más aprisa, y al hacerlo, una sensación punzante se acentuaba en la frente.

Abrió los ojos.

La Leyenda de Spyro: El Reino de Éter [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora