Capítulo 7: El Legado de la Oscuridad

284 33 37
                                    


No sabía dónde estaba. La última vez que había entrado a ese lugar (con Cynder para rescatar a Meadow de los Simios Malditos), parecía una cueva dentro de un volcán activo, o muy debajo de la tierra. Tenía luces voluminosas que provenían de hongos pequeños y gruesos, pero todas esas luces eran tapadas por el fulgor de la lava ardiente. También, recordaba, muy vagamente, que en los rincones del pasillo, que deberían ser estrechos pero ahora era bastante amplio, habían piedras con formas irregulares y redondeadas.

Y ahora, desorientado, se hallaba en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con dragones de rostros desconocidos, se elevaban para sostener un techo que se perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra púrpura que reinaba en la estancia.

Con el corazón latiéndole muy rápido, Spyro escuchó aquel silencio de ultratumba. ¿Estarían los simios malditos asechando en algún rincón oscuro, detrás de una columna? ¿Acaso fueron ellos los que destruyeron la cueva desde adentro y lo convirtieron en un nuevo refugio? ¿Y dónde estaría Cynder?

Abrió la boca y avanzó por entre las columnas decorados con dragones. Sus pasos resonaban en los muros sombríos. Iba con un líquido de hielo en sus fauces, dispuesto a dispararlo, como una flecha, al menor indicio de un enemigo revelándose, para congelarlo y paralizarlo. Le parecía que los dragones de piedra lo vigilaban desde las cuencas vacías de sus ojos. Más de una vez, el corazón le dio un vuelco al creer que alguno se movía.

Al llegar al último par de columnas, vio una estatua, tan alta como la misma cueva, que surgía imponente, adosada al muro del fondo.

Spyro tuvo que echar atrás la cabeza para poder ver el cuerpo completo y gigantesco que la coronaba: era un dragón antiguo, simiesco y familiar, con una cara que poseía una mueca desagradable e intimidante, una cola repleto de cuernos que enrollaba su cintura hasta sus patas traseras, alas grandes y rasgadas; abiertas de modo que le daban demasiado atención a algo que sostenía con las garras delanteras, donde había un emblema u estatua con la forma tétrica de una «S» púrpura. La cabeza del dragón de piedra parecía fijarse peligrosamente en ella. Y entre las patas de abajo, boca abajo, vio una pequeña figura draconiana con alas rojas apagadas y escamas negras como la noche.

— ¡Cynder! —Susurró Spyro, corriendo hacia ella e hincándose a cuatro patas—. ¡Cynder! ¿¡Me oyes!? ¡Despierta, por favor! —Se levantó, tocó a Cynder por el cuello con el hocico y le dio la vuelta. Tenía la cara tan gris y fría como el cemento, aunque los ojos estaban cerrados y podía oírla respirar, así que no estaba muerta. Pero entonces, alguien tuvo que haberla...—. Cynder, por favor, despierta, si el que te hizo esto todavía está aquí... —Susurró Spyro con desesperación, agitándola con una garra. La cabeza y las alas se movieron, inanimadas, de un lado a otro.

— Es inútil —Dijo una voz suave y horriblemente familiar.

Spyro se enderezó de un salto, se giró y llegó a considerar que, realmente, estaba dentro de un sueño o, mejor dicho, de una pesadilla.

Un dragón joven, con la misma estatura que él, con unas escamas negras que desprendían extraños humos negros de su cuerpo, estaba sentado en una de las columnas más próximas, mirándole. Tenía los ojos tan blancos que ni se le llegaban a apreciar sus pupilas, como si fuese un ciego. Pero, Spyro, como si se mirara en un espejo, uno muy extraño y perturbador, no tenía dudas sobre quién era.

— Eres... ¿Eres yo?

La réplica oscura de Spyro asintió con la cabeza, sin apartar los ojos del rostro de Spyro.

— ¿Cómo es posible de que tú estés aquí? —Preguntó Spyro desesperado, sacudiendo la cabeza para despertar—. ¿Qué le has hecho a Cynder?

La Leyenda de Spyro: El Reino de Éter [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora