CAPITULO 8.

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Sobre las 7 y media salgo de casa. El cielo está un poco oscuro, ha llovido al medio día y eso ha dejado en el ambiente una humedad y un frío que no recordaba en todos estos días pasados desde que llego él invierno.

Me meto en el coche tiritando y enciendo el motor mientras soplo en mis manos intentando calentarlas. Salgo de la avenida, despacio, mientras observo todas las casas, una a una, y al poco ya estoy cogiendo el desvio a la carretera.

Se me hace raro el camino. No sé, es una sensación extraña. Por la carretera veo muchos coches con la misma dirección que la mía. Solo me ocupan unos cuantos minutos y ya, casi llegando a la entrada de la ciudad se empieza a ver el barullo de gente. Las luces de las farolas encendidas, las luces decorativas de los comercios se reflejan en la gente que pasea y en las calzadas,  los balcones de las casas tienen estrellas y adornos brillantes y el olor a algodón dulce hace estragos en mi boca.

Levantando la mirada, veo un centro comercial muy cerca y parece enorme. Sin pensar mucho y cuando estoy llegando aparco el coche en el primer hueco que veo. Cojo aire y miro el gran edificio. Seguro que este lugar me vale de distracción por un rato.

Salgo cerrando el coche tras de mí y cuando doy tres pasos entre la gente poniendome bien el bolso por el hombro algo llama mi atención. Me detengo y mi mirada se desvía al otro lado de la carretera. Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. Un hombre, no muy mayor está parado en la vía observándome. Parece normal.  Quizás sea una casualidad. Aparto la mirada y sigo mi camino sorteando a la gente mientras froto mis brazos intentando entrar en calor.

Cuando estoy en el umbral de la puerta miro una vez más el gran edificio moderno con cristaleras oscuras, adornado con estrellas de navidad y siento como la mujercilla de mi cabeza se frota las manos y tira de mi brazo impaciente para que entre ya. Sonrío para mis adentros y entro por la puerta.

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El tiempo pasa más rápido de lo normal en un centro comercial. Siempre sabes cuándo vas a entrar pero nunca cuando vas a salir, y más si vas de compras, aunque bueno… quitando el árbol de navidad, unos cuantos adornos y un pañuelo rosado del que no me he podido resistir, todo lo demás han sido regalos.

¡Qué ganas tengo de que llegue navidad!

Salgo del centro comercial con un carro metálico repleto de cosas. Pensé que podría con todo en un principio, pero cuando llegue a la caja y empecé a sacar cosas para ponerlas en la cinta del dependiente me di cuenta de que no. Si pudiera usar mis súper poderes todo sería más fácil…

Suspiro.

Cuando llego al coche rezo porque me quepan todas las cosas dentro del maletero, especialmente el árbol. Este cacharro de Linda no sé si lo soportará y la verdad es que tenía la idea de comprar uno pequeño, un tamaño medio más exactamente, pero vi un hermoso árbol de casi dos metros desmontable simulando un abeto y no me pude contener. Tuve que comprarlo. Era perfecto, bonito, barato y sin ocupar demasiado espacio para cuando lo guarde hasta el año próximo. El árbol perfecto.

Abro el maletero y resoplo al ver todos esos trapos sucios y todas esas botellas de aceites y cosas para el coche. Esto es espantoso. No sé como Linda puede ir con este trasto por hay.

Recojo un poco el maletero y empiezo a meter cajas y cajas. Finalmente llega un momento en el que la gran caja con el árbol no cabe, no cabe...

Fantástico.

Resoplo frustrada por el tiempo que he perdido metiendo cosas para nada. Ahora me toca sacarlo todo de nuevo. Mal digo en voz baja mientras empiezo a sacar paquetes uno detrás de otro... Si, lo sé… estas cosas nada más que me pueden pasar a mí. Le digo a la mujercilla de mi cabeza que me mira por encima de una revista dejándome por imposible.

SORTILEGIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora