CAPITULO 34.

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Nos pasamos más de la mitad de la noche acariciándonos y haciendo el amor. Finalmente creo que caí en la inconsciencia hasta que he despertado hace escasos unos minutos.

Cuando me remuevo en la enorme cama siento que Yoel no está conmigo. Abro ligeramente los ojos y veo la puerta entornada dejando pasar la luz y un olor a mantequilla entra por mi nariz. Mi estomago ruge entre el hambre y las cosas vividas sobre esta cama y sin poder remediarlo suspiro.

Todo había sido tan perfecto…

Sin duda era el mejor cumpleaños que había tenido en la vida. Nadie se había preocupado tanto por mí en hacer todas estas cosas y eso sin mencionar el sexo, que creo que fue el mejor regalo que me podía haber hecho. Entregarme a él fue algo mágico. Algo que nos unía aun más de lo que estábamos. Solo que ahora me preocupaba otra cosa más importante.

No quería morirme nunca.

No quería irme de este mundo y dejarlo solo. Anoche entre nuestro deseo me dijo que no se imaginaba su vida sin mí y que haría todo lo posible porque permaneciera a su lado. No sé bien por dónde irían sus pensamientos pero sabía que llegaría el día en que me tendría que marchar al más allá.

La ley de vida de los humanos.

Triste por ese pensamiento me pongo en pie enrollándome con la suave sábana negra y camino observando la enorme bañera donde empezó todo el desenfreno de anoche. Me estremezco y sigo caminando para salir por la puerta para adentrarme en el arco árabe que separaba la cocina.

Cuando veo a Yoel se me corta la respiración. Va sin camiseta y con esos pantalones negros que le caen de una manera y le hacen un culo impresionante. Los músculos de su espalda se tensan y se relajan con los elegantes movimientos que desprende y no puedo resistir la tentación de acercarme a él sigilosa.

-Buenos días..-Digo dándole un beso en la espalda y se gira sorprendido.

-No no ¿Qué haces aquí? Quería llevarte el desayuno a la cama antes de que despertaras. -Aprieta ligeramente sus puños con rabia y río deslizando mis manos por sus brazos, relajándolo.

-No te molestes, podemos desayunar aquí si quieres...

-Lo que yo quiero desayunar no está en esa mesa. Estaba en la cama. Acostada. –Dice con unos ojos cada vez más oscuros y trago saliva sintiendo un vuelco en el estomago.

-Toma. Debes reponer fuerzas.-Me mira por debajo de sus frondosas pestañas ladeando una sonrisa. –Quiero mi desayuno en forma.

Me retuerzo y jadeo cuando cojo la taza. Doy un largo trago al chocolate caliente y noto mi cuerpo bombear sangre calentándome por dentro.

-Come algo, mira.

-¡Oh joder! ¡Cruasanes de mantequilla! Por eso olía así. -Digo abriendo mucho mis ojos observando una bandeja recién hecha de exquisitos cruasanes. Me apresuro en coger uno.

-Uhmm...están buenísimos, ¿cómo lo hacéis? ¿Puedo hacer aparecer de estos yo también?

Digo con la boca llena y ríe, una sonrisa plena llena de ternura.

-Me temo que no preciosa, pero los haré aparecer tantas veces como quieras.

Sonreí limpiándome la boca. Era fascinante ese don que tenían en aparecer comida. Si yo tuviera ese poder seguramente estaría rechoncha de todo lo que sería capaz de comerme.

Cogí un cruasán más y con la taza de chocolate caminé hacia la ventana del salón.

-¿Quieres salir fuera? -Asentí girándome a mirarlo y lo seguí hasta la puerta donde ya estaba el esperándome.

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