Lo que comenzó como una petición absurda, terminó convirtiéndose en una costumbre.
Durante los siguientes viernes del mes, Hermione Granger se aparecía en su habitación puntualmente a las diez, tal como se lo solicitaba él en cada oportunidad. Ya, sin decir nada ni reclamar, dirigía sus pasos hasta la cama, y tomaba su lugar al lado derecho de ella, dejándose atrapar por los brazos de su enemigo, Draco Malfoy, que la estrechaba contra sí con fuerza.
Si bien, las primeras noches no podía dormir con su cercanía -y menos aún con su aliento mentolado golpeándole la nuca- luego se convenció de que él no pretendía propasarse con ella, ya que simplemente se dedicaba a dormir abrazándola, y en menos de lo esperado, Hermione podía dormir también en aquella cama adoselada con tanta naturalidad como en la propia.
Incluso, las manos del susodicho aferrándose en su cintura ya no la perturbaba. Lo que sí lo hacía era su silencio, y las miradas penetrantes con que la recibía, como si quisiera decirle algo que le quemaba la garganta, pero que prefería callar.
Sí, ella literalmente estaba durmiendo con el enemigo y no tenía opción, estaba resignada. Su cobardía no le permitía desafiarlo; ademas, no podía negar que tenía cierto encanto dormir acompañada otra vez, aunque jamás lo admitiría. Jamás de los jamases.
Sin embargo, esa noche no podía dormir otra vez, y el motivo no era él. Estaba preocupada, aterrada. Su cuerpo reposaba rígido en el colchón, sus ojos estaban abiertos de par en par tratando de ver algo en la oscuridad, mientras las manos heladas de Malfoy la rodeaban como todos los viernes.
–Duérmete –escuchó de pronto.
Era Malfoy quien había gruñido la orden en su oreja, y ella habría jurado que ya dormía. De hecho, la respiración del rubio solía ser tan imperceptible que no podía asegurar si estaba vivo o muerto.
–No puedes obligarme a eso también –respondió molesta, removiéndose para soltarse.
Pero por el contrario, lejos de lograr su cometido, solo consiguió que él la apretara con mayor fuerza, con una seguridad que le cortó la respiración, enterrándole los dedos en la piel.
–Puedo obligarte a lo que quiera –replicó en un tono amenazante–. Así que no me torees, Granger.
Hermione tragó espeso y se sonrojó, sintiéndose molesta con la doble significancia de sus palabras, y fue en ese momento que tomó nota mental de que jamás debía confiarse de la buena fe de un Malfoy. La razón era muy simple: no tenían buena fe, lo había comprobado de primera mano con Malfoy hijo.
–No puedo dormir –confesó, acompañada de un suspiro–. Lamento si eso perturba tu sueño, pero no hay caso, ya lo intenté –agregó irónica.
Se quedó callada esperando una respuesta, y como ésta no llegaba, comenzó a colocarse nerviosa. Era tan difícil adivinar los movimientos de Draco Malfoy que casi tenía deseos de ocupar legeremancia en él; primero, para saber lo qué pensaba en esos momentos, y segundo, para saber qué era lo que pretendía durmiendo cada viernes con ella, cuál era su intención real, y cuál sería el próximo paso.
–Dime por qué –lo escuchó sisear, rozándole el lóbulo con sus labios, provocándole un respingo.
–¿Y si no quiero? –contestó, no tan firme como le hubiera gustado–. ¿Que harás si no te digo?
–No quieres saberlo, Granger. Ahora, habla.
De nuevo, no estaba preguntando ni pidiendo, estaba ordenando. "¿Qué le importaban sus asuntos personales?" Se preguntó, cuando de pronto, sintió como la nariz de Malfoy acariciaba su cuello, crispándolo. "No se atrevería" pensó ella, temblando como una hoja ante su caricia, sin embargo, cuando percibió las manos de él, moverse lenta y peligrosamente desde su cintura hasta su cadera, comenzó a hablar con voz aguda y a una velocidad impresionante.
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Vendetta
FanfictionA pesar de esperar tantos años para ver su venganza concretada, el sabor de la victoria nunca había sido tan dulce.