10. Revelación

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Arrastraba los pies de regreso a su habitación. Nunca los pasillos de Hogwarts le habían parecido tan largos, estrechos e interminables, como si el castillo quisiera que desfilara por ellos, frente a los retratos, en una caminata repleta de vergüenza y desazón.

En su vida se había sentido tan humillada y estúpida, pero a la vez, su mente estaba en blanco, en una especie de shock por lo que acababa de ocurrir. Estuvo a un par de minutos de acostarse con Malfoy en un arrebato apasionado que aún no podía entender bien. Y lo terrible de todo era que una parte de ella se sentía frustrada por no llegar hasta las últimas, ya que en todos sus años, nadie la había tocado con esa maestría y fiereza.

No obstante, la otra parte y su autoestima, sangraba profusamente, sintiéndose engañada y pasada a llevar. ¿Cómo el maldito hurón fue capaz de jugársela de ese modo? Ella cayó redondita en su trampa, mientras él solo la dejó en evidencia como una tarada y una inexperta, abandonándola a medio cocinar con una expresión fría y cruel, demostrando sus verdaderas intenciones.

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Ese hombre solo buscaba dañarla. Mostrarle que solo era una apariencia.

Y lo había logrado.

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Cuando por fin llegó a la puerta de su habitación exhaló sonoramente e ingresó por ella, quedando de piedra con lo que encontró ahí.

–¿Qué haces acá?

Su voz había sonado violenta, pero no era para menos. Ya bordeaba la medianoche, no estaba con ánimos de conversar con otro ser humano, y para rematar, lo primero que ve al entrar a su pieza fue a su ex, sentado en su escritorio, claramente esperándola.

–Nunca atendiste mi carta –explicó Ron, levantándose para caminar hasta ella con aire rendido–. Quería asegurarme que estabas bien.

Ella lo rodeó para evitarlo y avanzó hasta su cama, dejando su bolso rebotar contra el colchón.

–Estoy perfecto –masculló de forma sarcástica–. No respondí tu carta porque no tuve tiempo. Todavía ni siquiera la leo.

El hombre asintió con las manos en los bolsillos. Sus ojos azules estaban pegados observándola, cargados de melancolía, aunque también parecían resignados, incapaces de recriminarle algo.

–A tu blusa le falta un botón –informó y una mueca de dolor adornó por breves instantes su rostro–. ¿Estabas con él?

Hermione alzó una ceja incrédula y revisó la prenda, notando efectivamente que una pequeña abertura se divisaba justo debajo de su corpiño. Arrugó la nariz confundida. Malfoy le había sacado la blusa por encima de la cabeza, y que recordara, no tiró de ella en ningún instante. Suspiró sonoramente y ni siquiera trataría de ocultarlo, ¿para qué?, no le debía explicaciones a nadie.

–Dejó de ser tu incumbencia cuando te metiste con esa zorra –contestó con simpleza.

Notó como él hacía grandes esfuerzos para no explotar. Su semblante calmado y taciturno iba mutando lentamente a ese Ron Weasley que conocía bien. Alguien de poca paciencia y de escasas habilidades blandas, que no sabia encauzar bien sus emociones y terminaba farfullando incoherencias.

Lo vio avanzar hasta ella y dejó que posara las manos en sus hombros. Ya lucia desesperado mientras lo observaba desafiante.

–No entiendes, Hermione –expresó herido, deslizando las manos de los hombros hasta sus mejillas–. Ella usó amortentia en mi. No te lo quise decir el día de la cena porque me sentía avergonzado por ser tan idiota. Pero te lo juro. Estaba prácticamente envenenado.

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