4. Chantajeada.

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Hermione Granger jamás pensó que, luego de su extraño acuerdo con Malfoy padre, se quedaría tan tranquila. Sí, tranquila, pues habían pasado cinco días y el estúpido aún no le había pedido absolutamente nada, como si se le hubiera olvidado aquel absurdo pacto. Incluso, podría decirse que la actual profesora de Transformaciones de Hogwarts estaba orgullosa de sí misma, al poder evitar con una maestría notable al mayor de sus tormentos, Scorpius Malfoy, que últimamente sólo la miraba a distancia, mas no trataba de acercarse, como si ya hubiera perdido el interés en perturbarla.

Sin embargo, por las noches, mientras cepillaba su cabello ante el espejo, pensaba que no tenía que emocionarse por adelantado porque todo estaba saliendo bien, por el contrario, debía estar siempre alerta. No se podía confiar en serpientes.

Pero no era sólo eso lo que la consternaba. Lo que más le preocupaba en estos días era su propia hija; Rose.

Rose había empezado a comportarse de una manera muy extraña. No atendía en clases -según le habían informado el resto de los profesores- y a penas la iba a visitar a su despacho, cosa que antes hacía con regularidad. ¿Se habrá enojado? Se preguntaba a menudo, sintiendo como un escalofrío le recorría la espalda cada vez que recordaba aquella conversación, en donde su hija le confesaba su atracción por aquel muchacho con el que se habia acostado.

Fue entre pensamientos y preocupaciones que llegó el día viernes súbitamente, y ya el reloj iba a marcar las diez de la noche.

Hermione estaba frente a su cama, desabotonando su blusa para colocarse el pijama, cuando una lechuza comenzó a picotear insistentemente su ventana. El corazón se le paralizó. Esa lechuza no la conocía en lo absoluto, y de sólo mirarla, se notaba que era un ejemplar especialmente caro.

–Mierda... –masculló, sabiendo a la perfección qué significaba.

Abrió la ventana y el ave dejó caer en sus manos una carta, saliendo de inmediato sin esperar respuesta alguna. Resignada, comenzó a abrirla, sintiendo las amigdalas en las manos. ¿Por qué diablos tenía que sucederle esto? ¿Por qué no simplemente violaba la ley y le lanzaba un obliviate por la espalda a ese par de hurones?

"Granger;

Te espero en mi mansión en diez minutos, no tardes".

No pudo evitar dejar escapar un gruñido, ¿qué se creía que era? ¿su mascota? Ni siquiera la había saludado, despedido, o se habia identificado. Nada. Ni siquiera le había preguntado si podía ir o no, simplemente se lo había comandado, como lo haría con cualquier elfo domestico. Lanzó otro gruñido de exasperación y comenzó a abotonarse la blusa nuevamente.

Se colocó su túnica y salió de su habitación. Tuvo que inventarle una excusa absurda a Minerva para usar la red flu, y la ocupó para ir a Hogsmeade, con el objeto de no levantar sospechas. Luego, pidió la red en el caldero chorreante, apareciéndose justo en la entrada de la Mansión Malfoy. Él ya había habilitado la chimenea para su llegada.

–¿Señora Granger? –preguntó un elfo, que apareció de un pop a su lado. Ella asintió confundida, todo estaba muy oscuro ahí–. Sígame, por favor.

Hermione lo siguió en silencio, preguntándose en su fuero interno dónde la estaba llevando. Todo se le hacía demasiado sospechoso, el ambiente estaba demasiado silencioso, casi muerto.

Después de caminar varios minutos -pues esa casa sí que era enorme- llegaron hasta una gran puerta de madera, tallada, digna de museo, y debía costar cientos de galeones, sino miles.

–Pase, señora Granger, pase por favor.

Nuevamente, Hermione acató la petición del elfo, con un leve asentimiento de cabeza, pero a penas lo hizo, se arrepintió. Estaba en una habitación. Corrección, estaba en la habitación de Malfoy. Quiso que se la tragara la tierra en ese mismo instante, cuando al frente de ella, lo vio recostado en su enorme cama, usando un pijama de seda color negro, leyendo un grueso libro con un candelabro -de oro, probablemente- iluminándole las páginas.

VendettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora