16. No te atrevas a pensarlo

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En menos de ocho horas, Hermione aprendió tres cosas, en tres momentos distintos.

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La primera fue durante el sexo, y era que Draco Malfoy siempre cumplía su palabra.

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Esa noche la embistió con tal voracidad que extrajo de su garganta gritos que en su vida había proferido, como no sabía que podía, casi desgarrándole las cuerdas vocales. Ella le pidió que le volara la cabeza, y él se la pulverizó no en una, sino en varias oportunidades, recorriendo cada porción de piel, presionando lugares que no sabía que generaban esas reacciones, hasta dejarla sin una gota de energía, lánguida y flotando en una paz inconmensurable.

Ese bastardo tenía un doctorado en placer y le había dado una clase magistral, tal como le prometió.

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La segunda fue antes de caer dormida.

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Él, al ver que ella ya no resistía otro round, se dejó ir en un último orgasmo y seguidamente la estrechó contra su cuerpo, acunándola como si fuera lo más preciado, algo que proteger contra viento y marea. Enrolló sus piernas y la dejó pegada de una forma en que era imposible distinguir dónde empezaba un cuerpo y terminaba el otro. Ella dejó que sus labios formaran una sonrisa de satisfacción, ya que nunca en su vida se había sentido más cómoda a diferencia de lo que ocurría con Ron, pues al terminar un polvo -insatisfactorio por lo demás-, cuando él la abrazaba se sentía asfixiada.

Fue ahí que entendió que a Ron lo quería, y mucho, pero nunca fueron compatibles en la cama, y eso era tan relevante en una relación como el amor.

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Pero lo tercero la aterrorizaba.

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Sin que mediara alguna razón, durante la noche abrió los ojos semi dormida y buscó el rostro de su acompañante hasta que su vista se acostumbró a la oscuridad. Lo observó con la mente en blanco, absorta en su piel nívea, fijando su atención en aquellos ángulos que lograban un rostro simétrico e hipnotizante.

Parecía otra persona durmiendo, alguien carente de pecados, casi puro, muy distinto a quien era en realidad. Y tuvo pánico. Pánico de lo poco que ahora le importaba todo el daño que le había provocado y lo rápido que había dejado pasar sus manipulaciones. Estaba rendida frente a este nuevo ser que se alzaba como una tormenta perfecta, predestinada a colocar en conflicto su existencia con un simple cambio de actitud. Le espantaba ver cómo ese hombre se le coló en las entrañas, y lo mucho que le gustaba en el fondo que así fuera.

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Y pensando en eso, volvió a dormirse profundamente, hasta que un repiqueteo en la ventana la despertó.

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Tardó unos segundos en recomponerse, y cuando lo hizo, la escena era extraña. Parado a los pies de la cama se encontraba Draco a medio vestir, con una carta entre manos, leyéndola con el ceño fruncido. Se había quitado la venda y se advertía una fea costra en los nudillos, recordándole que aúrn no le decía cómo se había lastimado desde la cena hasta que ella fue a buscarlo.

A continuación se percató que detrás de él, encima de una mesa, habían dos cafés humeantes, tostadas y fruta de intenso color, en una tentativa de desayuno que adivinaba que ya no prosperaría. El ánimo no parecía estar acorde.

–¿Pasa algo? –preguntó más violenta de lo que pretendía.

El hombre cerró el pergamino en cuatro con parsimonia y levantó su atención hasta ella.

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