12. Esa noche

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Pasaban las diez de la noche.

En la sala común de Slytherin, sólo se encontraba cierto rubio de ojos grises, hundido en el sofá con un libro abierto de par en par, tan pegado a las páginas que su rostro prácticamente no se veía.

Y es que en un arrebato sin fundamento, Scorpius extrajo el diario de su padre para revisarlo, intentando comprender su propia obsesión con Hermione Granger, pues esa necesidad de tenerla entre sus brazos crecía cada vez más, especialmente ahora que estaba lejana y con aplomo –como la leona que era–, le había soltado un par de verdades.

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Gruñó para sus adentros, al borde de la desesperacion.

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Antes de sumirse en su lectura, había pasado por su habitación pero ella no atendió al llamado. Esa estúpida armadura de protección le impidió el paso para asegurarse que ahí se encontraba, y se devolvió a las mazmorras con un sinsabor en el paladar, preguntándose si la manipulación que logró a través de Rose habría funcionado de verdad, o si la profesora mintió sobre sus intenciones de no volver a frecuentar a su padre.

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De solo pensar que ella podría estar con él, se le retorcían las entrañas con unos celos espantosos, a pesar de saberlos infundados.

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–Primera vez que veo el dichoso diario –escuchó la voz de Lorenzo comentar. Estaba tan metido en sus pensamientos que ni se percató que había llegado a acompañarlo–. ¿Dónde tienes la primera parte?

–¿Primera parte? –repitió ceñudo.

Lorenzo se acercó y se dejó caer a su lado, quitándole el diario de entre las manos para cerrarlo de un fuerte golpe. Con el índice le enseñó la parte inferior del lomo, dándole burlescos golpecitos.

–¿Ves? Eso es un "dos" romano –le enseñó con obviedad–. Si hay un "dos", debe existir un "uno" por ahí... ¿Nunca lo notaste?

El muchacho sentía su mandíbula desencajada ante la revelación, un poco deshonrado por no haberse percatado antes. Él siempre se jactaba de su astucia, pero un detalle tan evidente como aquél se le escapó, demostrándole que no era tan observador como creía.

Pero ahora eso pasaba a segundo plano. Si el diario que tenía entre manos comenzaba justo al terminar la guerra, el primero de seguro trataba de la época escolar de su padre.

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Y sentía la necesidad imperiosa de leerlo.

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Como impulsado por un cohete, se levantó de su sitio y tomó su túnica para salir de ahí, sin pensar en otra cosa que cumplir su objetivo.

–¡Scorpius! ¿Qué pretendes? –prorrumpió su amigo–. Ya es de noche. No puedes escabullirte a esta hora.

–Mírame hacerlo.

Emergió del lugar con el sigilo de un felino, y avanzó hasta el armario de escobas donde había practicado el hechizo/portal para tener acceso a su mansión cada vez que le diera la reverenda gana. Sonrió. Era algo irónico que fuera su propio padre, indirectamente, quien le dio la idea.

La historia de cómo Draco Malfoy dejó entrar a los mortifagos a Hogwarts a través de unos armarios evanescentes era transversalmente conocida, y desde que entró al colegio de magia y hechicería, había tenido que ganarse su espacio a propio pulso, pues algunos le temían, mientras otros lo aborrecían por su mero apellido.

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