Capítulo: 10

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Una vez que cerrara la puerta de la habitación de Candice, Terruce se dirigió a la de Jett, encontrando al chico tendidamente dormido en su cama y rodeado de los platos con residuos de la cena pedida.

Negando con la cabeza de tan semejante desorden, el hombre se acercó al lecho para apenas quitar lo dispensable. Puesto en el carrito de servicio, éste empujó para sacarlo de ahí y dejarlo en el pasillo. Ya temprano, quien se presentara a asear la suite se haría cargo de lo demás. Él, por el momento, también decidía irse a descansar, para que con la llegada del siguiente día...

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Lo pesado de lo exageradamente comido, hizo dormir a un hijo lo que fueron cuatro horas seguidas. A la quinta y siendo todavía iluminado por la oscuridad exterior, Jett abandonó su lecho para salir a la sala y ver televisión. Lo aburridamente transmitido conseguiría que el jovencito cargara a la tarjeta de quien pagaba todo eso: un par de películas. La primera de mucha acción vería completa y hasta interesado. La segunda ya no; y eso fue gracias al sueño que volviera a hacerse del chico Gran.

Por haberse quedado en el sofá, el primero de los dos mayores que se despertara, ahí lo encontraría. El segundo, en un privado, comenzaba a abrir los ojos. En sí, lo hubieron hecho toda la noche. Y es que...

A los pocos minutos de que Terruce saliera de su pieza, Candice velozmente se puso de pie. Las ganas de devolver el estómago le hubieron surgido de pronto, y así de rápido tuvo que correr al baño para vomitar su malestar. Otro e inmediatamente se le pegó en la cabeza. Sintiendo esta última sin fuerza, la mujer en donde quedara sentada ya no pudo levantarse. Dormida tampoco estaba. Sólo comenzó a sentirse arrastrada y girada por un fuerte e imparable remolino interno. Percibiendo que estaba a punto de perderse en la profundidad del abismo negro, la señora Gran reaccionaba. Abría los ojos para mirar a la nada. Luego volvía a lo mismo ¿para repetirlo cuántas veces? Ella no lo supo sino hasta que el lejano ruido del baño vecino llegó a sus oídos, y se le escuchaba decir:

– Cielos, Candice, todavía sigues aquí. Pero inténtalo de nuevo y tal vez... –, sus ojos se abrieron.

Al poder distinguir con claridad el lavabo, la puerta, la tina jacuzzi y la regadera, la mujer se alentó. Se giraría lentamente para quedar a gatas frente al váter, el cual lo usaría como apoyo hasta ponerse de pie.

Erguida en su totalidad, Candice suspiró relajada. No obstante, al dar un paso hacia atrás, sintió un hoyo que la hizo hundirse, cayendo verdadera, nueva y duramente de sentón.

– ¡Ay! – exclamó la mujer de dolor. La noche anterior se había dado otro que, sólo tenía la opción de sobarse con cierta fuerza, desespero y de lado.

Acostada Candice quedaría en el segundo siguiente, preguntándose:

– ¿Ya nunca podré ponerme de pie? ¿ahora tendré que gritar para que venga en mi auxilio? No – se respondió la rebelde, – no necesariamente tendría que ser él. También está Jett. Si le llamo quizá... no – se rindió. – Debo hacer un esfuerzo para lograrlo.

Dicho así, la fémina inició un nuevo levantamiento. Con dificultad, pero consiguió quedar sentada. Viéndose a gatas creyó que así llegaría hasta el lavabo que estaba más cerca de la puerta. Pensándolo bien, si gateaba en aquella dirección, sería mejor. Sí. De la perilla se ayudaría y... sus minutos se iba a tomar pero al final obtendría el éxito. Ése que le permitiría llegar hasta la cama donde iba a dormir una buena parte del día vivido.

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Percatados los escasos deseos de salir de una habitación, a sugerencia de Terruce, –quien sabía un estado y que quizá por ello ella les privaba de su presencia–, padre e hijo fueron a desayunarse y posteriormente a vaguear un rato por la isla.

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