Capítulo: 17 (EPÍLOGO)

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Una vez que fuera anunciado el tiempo de visita se había acabado, Candice se puso de pie; y sin despedirse comenzó a buscar las salidas de la correccional. Terruce apenas pudo abrazar a Jett para ir detrás de ella, la cual parecía llevar mucha prisa por alejarse de ahí. Lo hacía motivada por el dolor surgido de tener que separarse nuevamente, y no pensó en lo que su hijo sintió: el mismo abandono que le brotara cuando supo no era un Finley.

– Bien, madre, que te vaya bien – dijo el jovencito un tanto resentido y se giró para perderse en las inmediaciones de "su hogar".

Al de ellos, los Gran irían. Lo harían en cuanto Terruce la alcanzara, la detuviera y la abrazara para darle los ánimos de que todo estaría bien.

Dudándolo, Candice no dijo nada. Ni tampoco los días venideros. En esos se le vería triste, perdida, sin deseos de hacer mucho. Solo encerrada en su habitación y durmiendo. Situación que Terruce entendía y por ende... procuraría no molestarla. Él también sufría, y mayormente porque no pudo ayudar a su hijo de convertirse en un "asesino" a sus catorce años de edad. Edad en la que él, –sentado en el sillón individual de la sala y al cerrar los ojos–, volvió a verse. Salía de la preparatoria con un grupo de compañeros y entre ellos bromeaban y sonreían conforme iban en busca del autobús escolar que los llevara a casa de uno, primero para hacer tarea y después pasar un rato sano.

Frustrado, –ya que algo parecido su vástago debía estar haciendo–, Terruce estampó un puño en un brazo del mueble que ocupaba. Consiguientemente se llevó una mano a los ojos para presionarlos y evitar así le traicionaran las lágrimas. Lágrimas que por supuesto, Candice no dejaba de derramar. Se sentía ¡tan mal! que un pensamiento negativo invadió su mente.

Asustada porque corrobora hacerlo, ella se enderezó en su lecho. Sentada, se dedicó a mirar a su alrededor. Al no ver a su compañero, se puso de pie, caminando descalza hasta donde Gran estaba: con la cabeza agachada, sostenida por sus dos manos; y sus codos apoyados en los muslos. Posición que abandonaría por completo al sentir la cálida palma femenina en su espalda.

Ulteriormente, Candice se abrazaría del masculino cuello, escondiendo su rostro en ello, y oyéndola él llorar, principalmente pidiéndole perdón por el enorme error cometido. Era su hijo y de su lado lo había echado porque creyó. Creyó en el bien que le harían, y no en el mal que ahora estaban padeciendo. Uno encerrado y dos anímicamente dañados. Daño, que aunque alguien se mereciera, no iba a cambiar su estado. Jett cumpliría; y los padres de él...

– Debemos lograrlo también – dijo Terruce acariciando los brazos que lo rodeaban. Por su parte, la entristecida dueña respondía:

– Me costará mucho.

– Lo sé. Pero nos esforzaremos; y en cada visita le demostraremos que su petición está siendo llevada al pie de la letra.

– ¿Volveremos a tener quince años? – preguntó ella; y él, nostálgico, sonaba:

– No sabes cuánto lo desearía, así mi padre viviría y...

– Terry, lo siento – Candice volvió a pedir.

– Yo también, Candy. Lamento no haber estado ahí para ti... para mi hijo.

– Lo estás hoy; y al menos para mí... es bastante. Te quiero – confesó ella dando un beso en la mejilla cercana; y él simplemente se dejaría consentir. Después sería su turno, y hasta de amarse, luego de tanto, de una manera tan apasionada y a la vez delicadamente.

= . =

Justo a las seis de la mañana del nuevo día, el sonido de trompeta a través de megáfonos indicando era la hora de levantarse, comenzó a escucharse en toda la correccional.

You lying bastard!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora