Está bien, todo está bien

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¿Qué es lo que se siente golpear de cara contra el duro asfalto? Yo lo estaba averiguando, no solo eso, sino también a que olía, a que sabía y cómo se sentía y veía de cerca, no por gusto, claro, pero tener a Nat sobre mi espalda levantando mi brazo en un ángulo de noventa grado era inmovilizante, comenzaba a sentir como protestaba mi hombro por el dolor y sabía que si lo subía un poco más estaría roto o dislocado y no quería averiguar que tanto dolería.

-Eres muy flexible, Becca –dice ella en mi oído, no puedo creer que de verdad esté entrenando con esta loca-, no tenía idea, espero lo estés utilizando bien.

-En este momento lo estoy haciendo –le digo entre jadeos-, sirve para que ningún hueso haga nada extraño bajo tu mando.

-¿Qué harías para soltarte? –me pregunta la muñeca rusa asesina.

La verdad es que no puedo imaginar nada, ella me tiene sometida por completo, su rodilla está en mi espalda presionando lo justo para que me cueste trabajo respirar con mi brazo asegurado tras mi espalda en ese antinatural ángulo y totalmente fuera de mi alcance.

-No tengo ni idea –le digo.

Ella sube un poquito más mi brazo y se me escapa un grito.

-Mala respuesta y lo sabes –contesta.

-Te electrocutaría hasta que quedaras hecha carbón –contestó con los dientes apretados-, estás tocando mi mano sin ninguna protección, eso te ganaría una buena descarga, pero estoy tratando de no ser una zorra contigo.

-Buena respuesta –me suelta y se quita de encima de mí. Me recuesto de lado y antes de que pueda hacer nada más ella me da un golpe ligero y casi cariñoso con su pie-. Vamos, hay que seguir con esto.

Cuando aquello terminó yo estaba a punto de llorar del dolor, sabía que Natasha era una maestra ruda y que me enseñaría cómo le habían enseñado a ella presionándome tan fuera de mis límites que no dudaba que en algún momento tuviera algo roto.

Ahora tenía el sabor de la sangre en la boca, un dolor de cabeza mortal, me dolía una rodilla y todo el brazo derecho por no hablar de los golpes que había recibido en las costillas y la espalda. El cielo sabría si mañana me podría levantar, es más, si tendría la fuerza de conducir a casa esa misma tarde. Por primera vez en mucho tiempo me sentí insignificante e inútil.

Cuando Steve me encontró estaba acurrucada en el sillón de mi taller con una bolsa de hielo en la rodilla, sin pensárselo mucho me abrazo y a mí se me escapó un chillido lo que hizo que saltara lejos de mí.

-Estoy bien –le dije-. Estoy bien.

Se paseó de adelante a atrás en mi taller, luego de un lado al otro, de un lado al otro y de nuevo adelante y atrás. Parecía un león enjaulado y de cuando en cuando el león me veía como si acabara de golpearlo.

Me quite la bolsa de hielo y me levante, al verme caminar medio cojeando su mirada se endureció un poco más. Al llegar a él ahueque mis manos en su cara y lo vi directamente a los ojos.

-Estoy bien –le repetí, él negó e intentó alejarse pero no lo deje, tome sus manos y con mucho cuidado las puse en mi cadera, era de las pocas partes que no me dolían-. Siénteme, estoy bien, no peligro para nada. Estoy recibiendo lo que pedí.

-No me gusta que tengas que pasar por todo esto –me dijo, sus manos subían con cautela por mi cintura.

-Si no tuviera que pasar por esto las cosas estarían horrendas –le dije-. Hace un año no tenía que pasar por esto y no tenía nada. No tenía a Nat ni a Tony. No te tenía a ti. Si un poco de complicaciones me da esas cosas, créeme, estoy dispuesta a pasar por todas ellas.

Rompiendo el mito: Capitán AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora