Chelsea
El jersey de renos a juego con el resto de mi familia era francamente lo más ridículo que había visto, y eso que había visto a Wesley Young hacer bastante más el ridículo. Por ejemplo, cuando se paseó por el campo de fútbol del instituto a bajo cero desnudo por una absurda apuesta —que había iniciado yo, por supuesto—. O cuando se disfrazó de la mascota del instituto y saltó al escenario en mitad de la representación de My Fair Lady. Aún recuerdo el cabreo de la señora Miller por joderle el trabajo de un año. Y de paso, el mío por estropear mi momento estelar como Eliza. Ahí empezó y terminó mi carrera como actriz de musicales.
Eché un vistazo al canalla de mi exnovio por encima, no había perdido ni un ápice de su pedantería. Su sonrisa de "sabes que caerás a mis pies", sus ojos azules de "ahógate en mí", ese cuerpo esculpido en mármol... Mierda, seguía siendo guapo, demasiado.
Nuestras miradas se cruzaron y me revolví incómoda sobre mis pies por la intensidad. Se le daba genial hacerme sentir mal, era un especialista en fastidiarme a todos los niveles. Sus ojos se desviaron sobre nuestras cabezas y, sujeto sobre el marco de la puerta, las esferas rojas del muérdago centellearon con las miles de luces que nos rodeaban.
Alzó y bajó las cejas descaradamente.
Ni lo sueñes le advertí con la mirada. Su expresión fue divertida, ¡cómo si tuviera algo de divertido todo esto!
—Hola Chels, ¿qué tal estás?
Me abrazó por sorpresa y me quedé rígida. Sus brazos musculosos me rodearon la cintura y me elevaron un pelín por encima del suelo, lo suficiente para que nuestros cuerpos estuvieran demasiado juntos para mi gusto. Su barbilla se posó en mi cuello y aspiró profundamente tratando de robarme el alma.
Mis músculos me traicionaron relajándose ante su tacto, como si aún recordaran lo que Wesley era capaz de hacer sentir a cada terminación nerviosa de mi piel. Su olor era tal y como lo recordaba.
No, no, no, no.
Empujé su pecho lo suficiente para que captase la indirecta y me devolvió al suelo casi intacta. Casi.
Es que... seguía flipando de que tuviera la cara dura de, después de como terminó nuestra relación, presentarse en casa de mis padres por Navidad. ¡Estando yo también aquí!
Di varios pasos atrás esperando poner la distancia suficiente entre los dos, aunque en ese momento me parecía que incluso volver a San Francisco se quedaría corto. Tenía su maldito olor metido en la nariz y la sensación fantasma de sus manos en mi cintura.
Me miró de arriba a abajo mientras lo único que podía hacer era quedarme anonadada por su jersey y por el pequeño delantal lleno de manchas de harina que colgaba de su cintura.
—¿Has crecido? —preguntó con una sonrisa ladeada, la que siempre dibujaba cuando quería burlarse de mí.
—Sí claro, he dado el estirón con la veintena. —Puse los ojos en blanco mientras señalaba mis nuevos Manolo Blahnik.
—Bonitos zapatos.
Uno de sus hoyuelos se marcó tanto al sonreír que parecía un enorme y sexy cráter. Espera, ¿había dicho sexy? No no, como un enorme y asqueroso cráter. Los mismos que salen cuando explotas una espinilla.
No entendía nada, ¿por qué sonreía al verme? Hacía más de diez años que terminamos y no fue precisamente como amigos. No hablamos desde entonces ni nos vimos ni una sola vez. Nada de esto tenía sentido, a menos que... Sus ojos se desviaron a mi escote y bufé exasperada.
Pues claro que Wesley sonreía, era el chico más popular en el instituto entre el sector femenino. Estaba acostumbrado a poner esa sonrisa de idiota y dejar que sus hoyuelos hicieran el resto. Supongo que después de ganar una Superbowl esa actitud de "soy irresistible" no hizo sino volverlo más tonto de lo que era.
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Muerde el muérdago
Romance-¡¿Qué narices haces aquí?! Wesley, el antiguo capitán del equipo de fútbol americano, el tío más atractivo que había conocido en mi vida estaba en mi casa. Mi exnovio estaba en mi casa por Navidad. Chelsea pensaba que lo peor que podría pasarle es...