Chelsea
La cena se había retorcido tanto que se convirtió en una muestra de pura testosterona. Entre Manny hablando de negocios y de todo su capital y Wes hablando del fútbol, me estaba aburriendo como una ostra. Habíamos terminado de cenar y ahora estábamos bebiendo un par de copas en la zona de baile.
Yo me quedé en la barra mientras el listo de Max se fue con una amiga de la universidad, lo cual sabía que significaba que iría por ahí a enrollarse con ella dejándome sola con estos dos. Wes había desaparecido al saludar a un viejo compañero del equipo del instituto. Y Manny por su parte, había salido a atender unas llamadas de negocios. Sabiendo cómo eran esas llamadas, no lo esperaba en al menos una hora.
Pensé en ese momento si mi vida siempre sería así, tan sola. Miré al frente de la barra y en el espejo solo me vi a mí, sentada en un taburete con un Martini al que no le había tocado ni la aceituna. Tenía ganas de beber, porque estaba triste, pero me faltaba algo... me faltaba el Forever Young.
Pero siendo sinceros, no podía ahogar mis penas con alcohol y música de los ochenta. Tenía que tomar cartas en el asunto y meditar todas mis opciones de forma concienzuda. Podía perder el trabajo de mis sueños y conseguir el hombre de mis pesadillas, o bien podía conseguir el trabajo y conformarme con alguien que me quería, asecas.
¿Qué podía hacer? ¿Cómo iba a decidir entre mis sueños y el amor? No quería sacrificar todo lo que había trabajado todos estos años, porque sabía que, pese a las influencias de Manny, me merecía ese trabajo, había currado muchísimo más que las demás. Por derecho, era mío. Pero ¿cómo le decía a Wes que prefería un trabajo antes que a él? ¿Y era así? Quiero decir, ¿de verdad prefería un trabajo antes que al amor de mi vida?
Tenía la cabeza a punto de explotarme.
Sabía cuál era la decisión correcta, la cosa era que no sabía si iba a poder seguirla.
Alguien se acercó por detrás y sus manos se aferraron a mi cintura atrayéndome hasta su pecho, cuando me di la vuelta, era Wes. Aunque no me hizo falta para saber que era él, ya que su aroma era tan inconfundible como las huellas dactilares.
—¿Qué te pasa? —preguntó preocupado.
Solo alguien como él podía saber que me pasaba algo con solo echarme un vistazo.
Le miré directamente a los ojos y luego, eché un vistazo por encima de su hombro.
—¿Y Manny? —preguntó.
—Ha salido a atender unas llamadas y unos correos.
Asintió y sin remediarlo, me lancé a sus brazos que me recibieron abiertos y deseosos. Lo besé con un desenfreno que no era normal en mí, pero necesitaba aplacar esa ansiedad que sentía cada vez que pensaba que me tendría que casar en seis días.
Wes me separó, de forma delicada sí, pero me arrancó de sus brazos.
—Lo siento —me disculpé.
Wes me había dicho y dejado muy claro que no podía tener algo con él si seguía con Manny, y yo no podía ser tan egoísta como para mantenerlo al lado sabiendo que todas las noches dormía con otro hombre. Pero Wes si se permitió ser egoísta y me arrastró hasta los baños donde cerró con una patada.
—Nos ha podido ver —dijo preocupado.
Sí, estaba preocupado porque nos pillara Manny, cuando en realidad, debería disfrutar del placer sádico que otorga el sufrimiento de tus enemigos.
—¿Y a ti te importa?
—En absoluto. —Cerró con pestillo la puerta del baño y se acercó lentamente.
ESTÁS LEYENDO
Muerde el muérdago
Romance-¡¿Qué narices haces aquí?! Wesley, el antiguo capitán del equipo de fútbol americano, el tío más atractivo que había conocido en mi vida estaba en mi casa. Mi exnovio estaba en mi casa por Navidad. Chelsea pensaba que lo peor que podría pasarle es...