Capítulo 5. Wesley Every Day

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Chelsea

La reina de las resacas me acompañó a la mañana siguiente. Como para no tener su compañía después de beberme yo solita casi media botella de tequila. Algunas migas se esparcían por la mesita de noche junto a la botella, además de las pocas galletas que se salvaron de ser devoradas.

Joder, ya no estaba en la universidad para seguir haciendo estas tonterías. Más sabiendo lo mal que me sentaba el alcohol. Lo único bueno es que había mejorado muchísimo con respecto a la universidad, al menos ahora me despertaba sola, sintiéndome patética, culpable y con dolor de cabeza, pero sola. Antes me despertaba con un desconocido con el culo al aire al que tenía que echar a patadas para llegar a tiempo a clase.

Nada mal, Chels, nada mal.

Sentada sobre la cama a oscuras por las cortinas echadas hice balance de la situación. Había sobrevivido a unas escasas doce horas en casa de mis padres. No estaba mal teniendo en cuenta que el gilipollas de Wesley vagaba bajo el mismo techo y me había intentado asesinar con una galleta de jengibre.

Si quería sobrevivir necesitaba aliados y, puesto que Max me había dado una puñalada por la espalda, tenía que tirar de mis otros contactos en la familia: papá y mamá. Más me valía ir empezando a hacerle la pelota para que perdonasen mi berrinche de la noche.

Tomé un viejo chándal de mi época de instituto dispuesta a salir de la cueva. Total, no tenía intención de salir de casa ni tampoco quería ponerme algo bonito para que lo viera Wesley. Odiaría que ese patán pensara que me estaba arreglando para él.

Anduve por el piso de abajo como una auténtica espía, por si acaso mi Ex seguía merodeando. Nada, todo despejado. Me senté en un taburete de la isla de la cocina y mis pies quedaron colgando. Como odiaba eso...

—¡Buenos días! —gritó Max mucho más alegre de lo normal.

Su buen humor era un martillo para mi resaca. Se sentó al lado y examinó mis ojeras con una sonrisa ladeada.

—¿Qué hicisteis anoche los dos, eh fiera? —continuó con burla.

—¿Qué? ¿Los dos?

—Sí, tú y Wesley. Me asomé a la cocina y estabais muy juntitos.

Me dieron ganas de arrancarle las cejas pelo por pelo por atreverse a elevarlas hasta la raíz del pelo. ¿De verdad se creía mi hermano que era tan débil para caer en la primera noche, repito, la primera maldita noche, que pasamos bajo el mismo techo?

—Déjate de rollos o al final tendré que darte un Óscar de todas las películas que te montas.

—Ay, hermanita...

Se sirvió una taza de café y dentro de todas las putadas que me había hecho en las últimas veinticuatro horas, tuvo el detalle de servirme a mí otra.

—... Yo me habré montado una película, pero te aseguro que está basada en hechos reales.

—Max... —le advertí.

Retiro lo que era el mejor hermano del mundo. Como la mayoría de los hermanos mayores, Max era un capullo. Quiero decir, primero se pasa la mitad de mi adolescencia intentando alejarme de su mejor amigo y cuando por fin había puesto tierra de por medio, ¡ahora quería que me líase con él!

A los tíos no hay quien los entienda...

Pero de todas maneras no es solo él. Recuerdo a mi madre decirme con dieciséis años"si vienes embarazada, te mato"; y ahora en sus correos no faltaba el: "como no me des nietos no entras por la casa".

Mi familia estaba chalada.

Con la taza humeante en las manos, Max no dudó en darme la última estocada antes de irse.

Muerde el muérdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora