Capítulo 6. Holly Jolly Nightmare

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Wesley

Con los años se acentúan nuestros peores atributos, el que es gilipollas solo lo es más y el que es repelente, también. Chelsea, que siempre había sido una dramática empedernida, solo demostró mi teoría. Se bajó del coche al llegar al mercadillo como si yo fuera ácido y le estuviera arrancando la piel a tiras.

Entrecerró los ojitos ojerosos y se puso unas gafas de sol de pasta negra ocultando la resaca. Como si no la conociera lo suficiente para saber que, probablemente, seguía un pelín borracha todavía.

¿Y cómo lo sabía? Porque tenía un doctorado en Chelsea. La conocía tan bien que por muchos años que pasara bebía al escuchar Forever Young. Era su canción de las crisis existenciales. Y da la casualidad que Alphaville estuvo toda la noche en un concierto privado en la habitación de Chelsea.

De todas formas no sé para qué se preocupaba de las ojeras, el jersey acaparaba toda la atención. Joder, lo que hubiera dado por verle la cara cuando lo vio por primera vez.

A ver, tampoco quiero que pienses que soy un capullo que disfruta torturándola, nada más lejos de la realidad. Solo lo hice por los viejos tiempos, para romper la tensión entre ambos. Más o menos. Quizás sí disfrutaba un poco torturándola.

La calle estaba abarrotada de gente y sentí la vergüenza de Chelsea por llevar eso puesto a cinco metros de distancia. Con una gorra que ignoraba de dónde la había sacado y las gafas de sol, intentó pasar desapercibida entre la muchedumbre. Algo muy complicado, la verdad.

Ese día parecía que todo el pueblo se había puesto de acuerdo para pasear por la plaza principal del pueblo, en donde se habían instalado decenas de puestos de madera con temática navideña. Había mucha gente mayor, pero lo que más abundaba era las familias felices. Parejas que paseaban juntos de la mano mientras sus hijos orbitaban a su alrededor dando saltitos de entusiasmo por la euforia de la decoración plagada de colores y puestos con dulces y juguetes.

No pude evitar preguntarme al ver a esas familias qué hubiera sido de Chelsea y de mí si no la hubiese cagado como la cagué. Seguramente, en vez de venir en el coche de sus padres, hubiéramos venido en un monovolumen con tapicería a prueba de vómito de bebé. Tendríamos uno o dos perros que pasearíamos por estas mismas calles luciendo una familia hermosa y feliz.

Igualito que ahora, con la familia desperdigada en distintos puestos y Chels sentada en un banco de piedra observando la decoración de Navidad como si le diera urticaria.

Me acerqué a Max que hacía cola en un puesto de café. Sin mirarme comenzó a hablar:

—Tú también lo has notado, ¿no?

—¿Qué tiene una resaca del quince? Pues sí, es difícil no verlo. —La miré de nuevo y resoplaba como una tetera una y otra vez. Por mucho que a otros hombres no les pareciera sexy su tan poca sutil impaciencia, a mí me parecía de lo más adorable. Sobre todo, cuando eso lo extrapolábamos a la cama.

Me dirigió una mirada de incredulidad, como si hubiera dicho una estupidez.

—No, que te huye como a la peste. Pensaba que aún conservabas el encanto, pero creo que la edad te está jugando una mala pasada, Young.

Max era mi mejor amigo y si algo apreciaba de él era su sinceridad, excepto en ese momento.

—Aún no sabe que todavía me quiere, dale tiempo.

Avanzamos unos pasos más en la cola.

—¿Estás seguro? En Facebook se la ve feliz con Manny. Los he visto juntos, son como la pareja perfecta, la personificación del amor. Y en Instagram... puff, menudos viajes se dan los dos.

Muerde el muérdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora