Capítulo 24. Man Under The Bed

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Wesley

Dejar a Chels sentada de culo sobre la nieve, con la mirada echando chispas, fue el plan más efectivo para hacerla despertar. No solo estaba cabreada, sino furiosa conmigo. ¡Conmigo! Cuando aquí el malo de la película no llevaba mi nombre. La persona que se negaba la felicidad era ella misma.

Es decir, ¿tanto costaba darle largas a don perfecto? Se había rendido sin más a los brazos de un presuntuoso rico y con buena posición social básicamente porque no era capaz de decirle la verdad y hacer un paquetito urgente que lo enviara de vuelta a San Francisco.

Si presionaba a Chels era por su bien, ella era demasiado buena para dañar a alguien que le había tendido la mano en momentos de oscuridad. Y si ella no era capaz de trabajar bajo presión, tendría que descubrir por mí mismo qué tramaba ese cretino presentándose en Navidad sin avisar. Sabía que escondía algo. Algo lo suficientemente grave para que Chels reaccionara de una vez por todas. No me tragaba en absoluto que fuera ni tan bueno ni tan idílico, y si ocultaba algo y le hacía daño a Chels, le patearía el culo con mi pierna llena de clavos.

Aproveché que Manny se fue a la ducha y Chels estaba con Max, mientras este la entretenía con sus tonterías con las mujeres. No entendía cómo podía ser tan crío para eso, las chicas eran fáciles. Solo había que entenderlas. La complicada era su puñetera hermana, que se había colado bajo mi piel y había anidado ahí como la sarna. Por mucho que quería arrascarme, no estaba satisfecho del todo. No lo estaría hasta que todo esto hubiera quedado en el pasado.

Además tenía un plan B por si no conseguía disuadirla ni encontraba trapos sucios. Creo que el secuestro no está muy penado en este estado.

Me colé en la habitación, asegurándome de que don "Perfecto" seguía con su relajante ducha y su mísera música budista. Los millonarios y sus excentricidades, solo ellos podían coger una cultura milenaria basada en la bondad y en el bien común y convertirla en un asqueroso modo de sacar pasta.

Empecé a examinar el armario. Cuando abrí la puerta, me dio algo de grima. A ver, que no es que estuviera escondiendo ningún cadáver ni nada de eso, es que el muy chiflado tenía las camisas colocadas en orden cromático. Sin embargo, fue la ropa de Chels junto a la suya la que me revolvió el estómago. Era el maldito armario de la Barbie y el Ken, la pareja ideal. El caso es que, cuando abres un armario o una cómoda de alguien, aprendes mucho de esa persona. Y esa había sido la primera bofetada, darme cuenta de que eran una pareja real, que vivían juntos, compartían su día a día. Era él el primer hombre con el que vivía, no yo, sino él.

Hasta ese momento no me percaté todas las primeras veces que compartió con él y no conmigo. Con Manny vivió las primeras citas siendo adulta, yendo a restaurantes de verdad y cenando con vino. Con él tuvo su primera relación formal, de esas que se presentan a la familia y a los amigos del trabajo porque cada dos por tres te va a buscar a la oficina o te manda un ramo de rosas rojas enormes a tu mesa agradeciéndote la cita de la noche. Con él había tenido su primera relación formal y adulta que la había hecho ser la mujer que era. Y joder, cómo me fastidió ser consciente de todas las veces que puede ser él y no lo fui.

Quizás fuera infantil, a lo mejor tendría que trabajar mi mal humor y mi sentido de propiedad, los celos, y bla bla bla, pero metí el brazo por la mitad del armario y separé de un empujón la ropa de ambos. A lo mejor conmigo tampoco tendría una relación de adultos, pero me sentía mejor sabiendo que no había nada de los dos tocándose. Bastante tenía ya la ansiedad que me carcomía las entrañas el saber que dormían juntas. Porque esperaba de verdad que solo durmieran...

Aunque pensando bien lo de la ropa...

Tomé una camisa celeste con una etiqueta de Armani y sin dudar llamé a Terminator.

Muerde el muérdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora